Capítulo 23: Desesperanza

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¿Cómo le explicas al mundo que quieres dejar de luchar?

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¿Cómo le explicas al mundo que quieres dejar de luchar?

¿Cómo le dices que tu vida dejó de ser tuya para convertirse en la vida de alguien más?

Pero en especial, ¿cómo le dices a tu familia que sus esfuerzos son en vano?

Estas preguntas me han atormentado desde que salí del consultorio. Las palabras del doctor Martin siguen rondando en mi cabeza.

No tuvo reparo en decirlo, él conoce mi situación a la perfección y andar con rodeos no mejoraría las cosas; pero saber que el tratamiento no está funcionando como debería es desalentador.

Aunque, según él, no todo está perdido. Comenzaré otro ciclo diario de quimioterapia. Si al terminar, los resultados no lo son los esperados aumentarán la dosis. Eso me perturba. Mi cuerpo sufre con la quimio actual y una más intensa me lastimaría el doble.

Y no sé si podré soportarla.

Mi salud física y mental me están destruyendo de forma lenta, a un ritmo agonizante con la intención de asfixiarme en un mar de incertidumbre. Confieso que en ocasiones me dejo arrastrar.

Estoy tan cansada de canalizar las cosas buenas, pero cuando no lo hago los pensamientos negativos invaden mi mente y tengo que volver a contrarrestarlos. Es agotador.

Pensar me cansa y no hacer nada también. ¿Qué está mal en mí?

Es una pregunta retórica, por si no quedó claro.

—Hija —me llama—. Es hora de ir a casa.

Con la cabeza baja, me pongo en pie y lo sigo. No dice nada y agradezco el gesto. Después de ver mis resultados me he quedado sin habla.

El trayecto es silencioso, ni siquiera hay música en el estéreo. Al llegar a casa, Kristal es la primera en recibirnos. Yo paso de ella y me voy directo a mi habitación. Al abrir la puerta doy un salto hacia atrás, gritando.

—¡Dios, me asustaste! —le reclamo a Asher que se encuentra sentado en mi cama, sosteniendo uno de mis libros.

—También me alegra verte, hermanita —responde sarcástico.

Ruedo los ojos, bufando.

—¿Qué haces aquí? —Me adentro en la habitación para sentarme en el diván, mirándolo a él de frente—. Pensé que tenías entreno.

—Terminó antes —Se encoje de hombros—. ¿Qué dijo el doctor?

—No quieres saberlo.

—Oh, claro que sí. Vengo con órdenes precisas del más allá para obtener información.

—¿Dios te mandó? —pregunto, confundida.

—No, Summer.

Tiene más sentido.

Mi último deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora