Capítulo 5. Copia

170 39 193
                                    

El duesenberg atravesaba la ciudad portuaria de Portsmouth, en el condado de New Hampshire, a mitad de camino hacia Nueva York. A diferencia del viaje de ida, Ellery había sido consciente de cada kilómetro de trayecto. La imperiosa necesidad de llegar y entender por qué demonios alguien querría interponer una demanda contra él lo mantenía disperso. Las ruedecillas de su mente permanecían atascadas en la búsqueda de posibles motivos; la desdicha entorpecía el recuerdo de algún acto de su pasado que hubiera podido perjudicar a un tercero. 

Su padre había sido demasiado escueto con la orden de regreso. Hubiera preferido algo más de información con la que dar trabajo a su cerebro durante el mortificante viaje. 

Muy a su pesar, lo único que estaba bajo su control era la carretera, seguir conduciendo a través de la extensa y asfixiante línea que se perdía en el horizonte hacia su destino, un destino que se había tornado oscuro y confuso.

Y para acrecentar la agonía, las vacaciones en Bar Harbor, que tan interesantes tornaban gracias a la presencia de la brava pelirroja, habían sido abruptamente interrumpidas. Ni siquiera le dio tiempo a contactar con Jacob para excusarse por su inesperada desaparición. Dejó el recado en manos de Aurora, que aceptó avisar al pescador insistiendo en que volvería y disfrutaría de nuevo del pueblo de Maine cuando todo se solucionara.

Entre las cavilaciones del viaje resonaba la ofrenda de paz con su vieja amiga y su objetivo literario. Aunque muy en el fondo reconocía que su experiencia como escritor no le hacía falta. En los largos meses en los que desarrollaba su última novela, había complementado sus horas de escritura con la lectura de las obras que Henry le había enviado en una pesada caja, y se encontró a sí mismo totalmente fascinado con la prosa de aquella mujer de tentadores ojos esmeralda.

Todavía no le había comentado nada sobre ellos; entre su propio libro, los casos en los que se involucraba y la cantidad de cuentos que la pelirroja había escrito a lo largo de los años, no sacaba espacio ni tiempo para mucho más, salvo cuando alguna astuta y preciosa mujer robaba sin permiso toda su atención. Ahora que se habían reencontrado en la casa que fue testigo de la amistad que una vez los unió, conversar acerca de la extraordinaria capacidad como escritora que negaba poseer era cuestión obligatoria. Su labor en la casita de Bar Harbor consistiría, al contrario, en motivarla en sus horas bajas e impedir que se aislara de la vida mientras trabajaba en su novela, a sabiendas de que era su forma preferida y más eficaz de escribir un buen libro. Pero Aurora no necesitaba encerrarse en esa introversión; ella, con su dinamismo y esa fuente inagotable de energía, no podía quedarse recluida en la oscuridad de una habitación vagando por los senderos de la imaginación. Necesitaría momentos de paz y descanso que él estaba dispuesto a amenizar con su presencia.

Aurora Toldman...

Hacía tanto tiempo que no disfrutaba de su compañía sin que el enfado mediara entre ellos que se había sorprendido añorándolo. Aquella pelirroja y sus enloquecedores ojos siempre con la habilidad de hacerle olvidar cualquier dificultad. Se alegró de que, después de años de miradas candentes de recelo y odio, consiguieran obviar la implícita promesa de no dirigirse la palabra, dando el brazo a torcer y abriendo las puertas a una nueva oportunidad de relación. Muy en el fondo, deseaba que fuera posible.

Ella despertaba esa necesidad.

¿Quién lo habría dicho?

Aquella mañana, al informarle sobre la demanda, Aurora se mostró tan preocupada como indignada, y se asombró cuando le propuso acompañarle de vuelta. No le habría importado su compañía, pero, con una enorme sonrisa, rechazó la petición y le exigió centrarse en la novela que debía escribir. Algo decepcionada por la negativa recibida, terminó aceptando de mala gana, no sin un sentimiento de intranquilidad a causa del cambio de actitud percibido en aquel que fue su amigo de la infancia, cuyo humor viró en un sentido gris y pesimista tras la llamada de teléfono.

[4] Ellery Queen: Copias Casi PerfectasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora