II (Indecisiones)

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Un deseo no cambia nada; una decisión lo cambia todo.

Había transcurrido una semana desde aquel encuentro palpitante en la oficina de modelos. La mente de Jonathan se encontraba cada vez más abstraída de sus quehaceres domésticos, asimismo con las tareas en el trabajo. Nada le causaba el mismo interés de antaño. Su familia había pasado a formar parte de un extraño grupo de personas que lo acompañaban día tras día, pero no le ofrecían cariño ni consuelo; sus compañeros de trabajo no eran sino meras marionetas que se zarandeaban de aquí para allá, entre los cubículos de oficina y las máquinas fotocopiadoras y el baño. Aún conservaba en el bolsillo de su chaqueta esa mágica tarjeta con el número telefónico de su chica favorita. Sin embargo, no se había atrevido a llamarla... ¿Sería capaz de dar el siguiente paso? Era una decisión crucial. Después de hacerlo, ya no habría vuelta atrás y se vería a sí mismo enterrado hasta el cuello en las peligrosas arenas movedizas de la infidelidad. Podría llegar a perderlo todo: su matrimonio, su trabajo, su estatus social...

Sentado en la cómoda silla negra de su oficina, Jonny se mecía de un lado al otro constantemente inmerso en sus pensamientos. Los teléfonos no paraban de sonar; pero él no los escuchaba, y tampoco pensaba atender a nadie esa tarde. Al tratarse de un empleado con más rango y experiencia dentro de la empresa, disfrutaba de la soledad en su propio habitáculo, con ventana a la calle y aire acondicionado. También disponía de cierta libertad con respecto a sus compañeros, de modo que podía recibir a sus clientes para discutir asuntos variados en persona. El llamado de su secretaria detuvo en seco a sus cavilaciones.

-Disculpe, señor Harker. Tiene una visita.

-¿Quién? -preguntó Jonathan mientras se reclinaba contra la silla juntando las yemas de los dedos en el aire.

-Una señorita -replicó Nancy, la secretaria-. Dice ser modelo y quiere hablar con usted urgente.

Casi se cae de espaldas al suelo. Se acomodó con premura y se puso a ordenar nerviosamente los objetos sobre el escritorio. La veterana secretaria lo miraba boquiabierta.

-¿Prefiere que posponga esta cita para más adelante?

-¡No! Sólo dile que pase.

La puerta se cerró por unos instantes. Sentado, petrificado con ambas manos entrelazadas sobre el teclado de la computadora, el ansioso oficinista aguardaba con excitante expectativa lo que su intuición le había pronosticado. La puerta se abrió nuevamente, y el corazón le latió como un tambor en un sueño cuando vio a la escultural figura de Sofía ingresar a la oficina. Estaba más radiante que nunca: llevaba un vestido rojo ajustado al cuerpo, sujeto por uno de sus hombros, el otro al descubierto.

Parecía haber sido hecho a la medida de su silueta

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Parecía haber sido hecho a la medida de su silueta. Las puntas onduladas del cabello se meneaban de un lado al otro al igual que sus caderas. Jonny guardó su compostura.

-Es un gusto y una sorpresa verte por acá. Pero, ¿cómo me has encontrado?

-¿Acaso no lo recuerdas? Tú me dijiste que tenías una oficina en esta dirección.

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