3: ¿Alguien se muda?

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  Nicole Campbell

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  Nicole Campbell

Siento un dolor punzante en la cabeza y el ruido del celular sólo logra incomodarme aún más. Despertar de esta forma luego de una noche de fiesta es muy desagradable y ponerme en pie supone todo un reto para mí. La luz de la pantalla del aparato ilumina toda la habitación achicándome los ojos. Cuando consigo tenerlo en mis manos, deja de sonar. Tengo tres llamadas perdidas y ocho mensajes, todos de Mariana, muy preocupada por mi estado. Me perdieron de vista a la media noche y no saben con quién regresé a casa. La verdad es que ni yo lo recuerdo. Supongo que sería con Jake, por lo que respondo con un simple mensaje: «Estoy bien», y apago el móvil.
Decido tomar una ducha; pero grande es mi sorpresa al ver mi reflejo, con el cabello rubio enmarañado, el maquillaje esparcido por el rostro y grandes ojeras debajo de mis ojos color avellana, inyectados en sangre, producto de las pocas horas que dormí.

Despojo mi cuerpo del vestido que anoche me parecía muy sexy; pero en este momento su olor a cigarrillo me produce náuseas. Espero a que el agua adquiera la temperatura adecuada, un poco fría para ayudarme a espabilar, pero no lo suficiente para congelarme hasta los huesos. Me meto debajo de la regadera y mi cabello se empapa, rozándome la espalda. Tomo un poco de champú, masajeando suavemente los mechones rubios, y luego, dejo que el agua aclare la espuma.

Envuelvo mi cuerpo en una toalla y regreso a mi habitación. Muevo las cortinas de la ventana, permitiendo que entre el sol de la mañana. Los cálidos rayos iluminan a los cactus que     reposan sobre el marco, uno de ellos ya ha florecido, acto que solo ocurre durante el verano.

El reloj en la mesa junto a mi cama indica la 1:23 de la tarde. Busco una ropa cómoda en el armario, y después de ponerme un conjunto de pijama, que consiste en unos pantalones cortos, y una blusa de tirantes, ambos de color azul, decido que es momento de bajar a la cocina a preparar algo para merendar.

Reviso el refrigerador, y poco satisfecha con las opciones de comestibles, me decanto por un sándwich de jamón y queso.

Es un día precioso, cálido y sopla un leve viento, por lo que me parece genial sentarme a devorar mi aperitivo en el columpio ubicado en el jardín trasero. Una vez instalada bajo la sombra de un árbol, me dispongo a devorar mi plato cuando escucho un ruido, seguido por voces y luego un golpeteo constante. Algo así es muy poco probable que sea ocasionado por la pareja de ancianos que vive en la casa de al lado, porque el antiguo hogar de la familia Collins ha estado desocupado desde que ellos se mudaron en el 2014, y ya han pasado 5 años desde entonces.

Vuelvo a escuchar las voces y la curiosidad comienza a picar en mi interior. Decidida a averiguar de dónde provienen los ruidos, dejo el plato con el sándwich en el columpio y voy hasta la cerca que divide nuestra casa de la propiedad de los ancianos.

No se escucha nada, todas las ventanas están cerradas y no logro ver nada a través de los cristales.

Otra vez los ruidos, golpes, similar a cuando se arrastra un objeto.

Solo queda una opción.

Salgo a la calle y camino por la acera a paso apresurado.

Al estar frente a la casa de quien un día fue mi mejor amigo, el color abandona mi rostro, mi respiración se detiene, mientras que el corazón me late desbocado y mis pies están anclados al suelo. Dos hombres cargan cajas y todo tipo de muebles, siguiendo las indicaciones de una señora, vestida con pantalones oscuros y una blusa con el logo de una empresa conocida por organizar mudanzas.

—¿Desea algo señorita? —pregunta uno de los hombres, a la vez que recorre mi cuerpo con la mirada, y es cuando me doy cuenta de que aún traigo puesto el pijama.

—Alguien… ¿alguien se muda? —Tartamudeo. Estoy demasiado nerviosa.

—Así es, señorita —habla en esta ocasión la señora—; pero le voy a pedir amablemente que se retire.

—Está bien, gracias.

Reuniendo todas mis fuerzas, doy media vuelta y regreso a mi casa. Termino mi sándwich de muy mala gana, y luego me dirijo a mi habitación para intentar recuperar algunas horas de sueño.

Tumbada en mi cama comienzo a rememorar todo lo que viví con Adam, lo mucho que extrañaba su presencia, pero era compensada con las llamadas telefónicas que realizábamos regularmente.   Luego, nos fuimos volviendo par de extraños, cada semana que pasaba compartíamos menos similitudes, hasta que llegamos a un punto donde solo nos comunicábamos mediante mensajes, porque decía que los deberes de la escuela lo mantenían muy ocupado.

Así fueron transcurriendo los meses, hasta que, tener noticias suyas, resultaba doloroso, ya no era el mismo chico que solía alegrarme, ese que me sacaba sonrisas cuando lloraba, o me hacía llorar de la risa. Nunca olvidé desearle felices navidades o año nuevo, en cambio él, nunca respondía. En mis cumpleaños ansiaba recibir noticias suyas, pero eso, nunca ocurrió.

Me quedo dormida con una lagrima deslizándose por mi mejilla, ante el triste recuerdo de la noche en que celebraba mis diecisiete años. En ese momento aún no comprendía que podía haberlo hecho cambiar tanto.
Marqué el número de teléfono de su casa, y fue él quien contestó, pronuncié su nombre, asustada, llena de emociones encontradas.

Estaba tan feliz de poder hablarle; pero eso no llegó a suceder, después de escucharme, Adam cortó la llamada.

Ahora comprendo que yo nunca cometí un error como llegué a pensar muchas veces, siempre fui quien trato de mantener viva nuestra amistad sin importar la distancia a la que tuviésemos que enfrentarnos, fue él quien trazó la línea, construyó el muro, y prefirió tirarme al olvido.

Ahora comprendo que yo nunca cometí un error como llegué a pensar muchas veces, siempre fui quien trato de mantener viva nuestra amistad sin importar la distancia a la que tuviésemos que enfrentarnos, fue él quien trazó la línea, construyó el muro...

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Te quiero para mí [EN FÍSICO]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora