Degustación

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<< H & Hr. >>

Era un día de mierda. Los vejestorios del Wizengamot nuevamente no llegaron a quorum para aprobar la nueva ley. Le tomó casi un año diseñar una propuesta que permitiera  otorgarles garantías y derechos básicos a los hombres lobos. Estuvo trabajando con mucho ahínco, barajando opciones y cubriendo todos los puntos que sabía que podrían atacar para rechazarla.
La creación de una poción "Matalobos" permanente fue el puntapié inicial. Y todo gracias a su buen amigo Neville. Se suministró a la población afectada de manera paulatina, como medida sanitaria, en primera instancia, a todos los atacados por Greyback y sus secuaces durante la segunda guerra. Y fue un rotundo éxito. La mejora en la condición de los licántropos se desarrolló de manera progresiva y la sociedad mágica nunca estuvo más agradecida. Aún así no faltaba el sector más conservador y recalcitrante que se negaba a este cambio y seguía viendo a los ex licántropos como escoria, como una molestia en sus zapatos y no merecedores de una vida medianamente digna.

"Un día a la vez, Hermione.", se decía a sí misma. No podía pretender reformarlo todo si apenas llevaba año y medio como Ministra de Magia. Sin embargo era inevitable sentir que le fallaba a su gente y a la memoria del tan querido Remus. Vaya que extrañaba a su ex profesor, tanto como a Tonks, pero tenía el testimonio vivo de sus queridos amigos en su amado ahijado Teddy. Le contaría todo cuando lo llamara vía Flu esta noche, como lo hacía casi a diario...

"Malditos viejos decrépitos, honestamente!", balbuceaba encolerizada la castaña. No daba crédito a tanta tozudez y eso la ponía furiosa. Cuando eso ocurría, usualmente su esposo, sabiendo de antemano como se sentía su amada, la esperaba en casa con una cena maravillosa y una noche de sexo desenfrenado que le hacía olvidar hasta su propio nombre. Sonriendo por la expectativa, siguió en su labor. No pasaron ni dos minutos cuando pudo oír que llamaban a su puerta.

"¿Ministra Granger, puedo pasar?", escuchó decir mientras un varonil cuerpo hacía ingreso.

-No es un buen momento, Auror...-

-Lo sé, y no quiero importunarla, pero es muy importante lo que vengo a decir- dijo él, con voz especialmente grave, algo seductora. Hermione lo miró y se removió algo incómoda, pero con un dejo de expectación.

-Debe ser rápido, Auror. Ya terminó la jornada y la verdad deseo volver pronto a mi hogar. No ha sido un buen día, debe ya saberlo.

-Precisamente por eso vine, ministra. Se que su marido ya la espera en casa, como también se que puedo mejorar su ánimo con creces, ahora.- aseguró con mucha soltura, mientras sacaba su varita para sellar la puerta y silenciar toda la instancia con un hechizo no verbal.

-Qué crees que estas haciendo?- dijo Hermione, levantándose rápidamente de su asiento, con el corazón martillando en su pecho. 

-Lo que escuchó- respondió él, lanzando su varita al sofá a su costado, mientras caminaba lentamente hacia ella, sin dejar de mirarla. La magia que vibraba fuera de sus poros era demasiado embriagadora, imposibilitándola de hacer algún movimiento que la alejara de ese hombre imprudente. Esa aura mágica y poderosa, junto al perfume sutil y el aroma propio del sujeto, le puso la piel de gallina y empapó su intimidad. Sin darse cuenta sintió el torso imponente pegarse a su espalda. "Cálido, es tan cálido", pensó la joven ministra, sintiendo el tibio pecho de ese hombre atrayente. De pronto sintió un gran y duro bulto punzando en su trasero. Jadeó por instinto, maravillada y espantada a la vez. "Acaso el..."

-¿Has perdido la cabeza? Puede venir alguien y...-

-Nadie vendrá, casi todos se han ido. Y el resto sabe que la ministra Granger  tuvo un día de mierda y lo que menos harán será incomodarla más.- decía el, moviendo de manera sugerente sus caderas, haciéndole sentir aún mas su dureza. Deleitada por la sensación, Hermione gimió quedamente, moviendo su cabeza hasta hacerla descansar en el varonil hombro. El joven aprovechó esa postura y se aventuró a besarle el cuello lentamente, alternando sus labios y su lengua en un compas delicioso. Rendida ante las caricias, Hermione se dejó hacer. Pudo sentir el camino de las manos ajenas hacia su cintura, para tomar rumbo a sus pechos y amasarlos con sus manos. Los labios y la lengua seguían causando estragos en el femenino cuello. Estaba tan extasiada, que no pudo adivinar en qué momento su blusa fue abierta, exponiendo sus senos cubiertos por un sexy sujetador strapless de color rojo. Tampoco sintió cuando la giró y sin poder siquiera abrir los ojos, unos labios se apoderaron de forma hambrienta de los suyos. 

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