Capitulo único.

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-Eh, ¿ese no es...?

-Si lo es, mira de re-ojo, que te vera.

-¿y que mas da?, es un cobardeta.

-¡Ramón!, respétale.

-Anda Lucía, ¿ahora le defenderás?, ¿es que te gusta o algo?

-No es eso, es que...

-Calla, ya ha llegado el bus.

Vi a un chico y una chica que me veían disimuladamente desde la parada del bus, murmuraban, el chico reía, a contra parte la chica asumida la vergüenza del actuar de su acompañante. Fingí no verlos y seguí mi camino, dos calles antes de llegar donde Doña Andrea sonó la campanada de medio día de la catedral que había dejado una calle atrás, tengo que apurar el paso.

-Doña Andrea vine acá lo mas rápido que pu...

-¡entra de una buena vez!, la fiebre le sigue.

-Con su permis...

-¡que te des prisa y subas al segundo piso a verle!

Le hice caso a la gorda de doña Andrea, que en otra ocasión me hubiera tratado como si fuera de sangre real, subí con dificultad los pequeños peldaños de las escaleras dentro de aquella casa mal iluminada y adornada con humedad y moho.

Llame la puerta y segundos después llego doña Andrea que respiraba con dificultad y me empujo para que me apurase lanzándome una expresión de enfado que durante nuestros 12 años de conocerle no le había conocido.

Entre y ahí estaba ella, su habitación no era diferente a las demás en esa casa, húmeda y mohienta, una ventana estaba abierta y esta le regalaba un poco mas de luz y viento fresco, con ella ahí me pareció que aquella era la habitación privilegiada de aquella casa, ella inundaba la habitación con su presencia. Los ojos se me llenaron de lagrimas y el corazón se me partió en mil pedazos, y con apenas voz le hable.

-Ma-María yo...

Me vio como una madre redimiendo de sus pecados a su amado hijo, me obsequio una sonrisa que esbozo con esfuerzo y me alargo la mano ya no blanca mas bien pálida.

La tome y sentí la escases de carne en sus dedos y el frio que emanaban.

-María en realidad yo...

-Esta bien, todo estará bien- me interrumpió con dificultad al escuchar que mi voz se quebraba.

La abrace, escondí mi cabeza entre sus clavículas y mentón, al hacerlo sentí sus huesos y escuche sus débiles latidos e intentos de respirar. Cuando intente retirarme para no asfixiarle mas y no sentir su debilidad, empezó a acariciar mi cabeza reteniéndome, lo hacia con la delicadeza que solo una amor verdadero aprende.

El nudo en la garganta que había empezado a sentir desde que entre en su habitación seguía creciendo, mi respiración acelerándose, mi corazón desfallecía, ni toda mi fuerza y valor sirvieron de represa para aguardar mis lagrimas.

-Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo.

No me respondió pero note como también lloraba.

-No me volveré a apartar de ti.

Dejo de acariciar mi cabeza y entendí que era señal que me apartase ya de su cadavérico cuerpecito. Le vi aquellos ojos color miel que ya no recordaban la felicidad empapados en lagrimas y la boca torcida de tristeza. Le seque las lagrimas antes que a mi. Me senté a su lado en la silla que supuse Doña Andrea había preparado para mi visita. Pase lo que quedaba del día viéndole y contemplando la belleza que aun no le abandonaba, llevaba un vestido azul marino estampado de rosas de colores, su pelo y sus ojos seguían teniendo aquel color ámbar tan intenso, no me apartaba la mirada, o eso me pareció, como intentando memorizar mi rostro, le sonreía cuando me veía.

Después de la cena que Doña Andrea nos había subido ya con su amabilidad y hospitalidad restaurada. Ella me pidió avergonzada y con las mejillas hundidas sonrojadas, que durmiese con ella, en la cama. Subí con delicadeza a su lado y abandonando la vergüenza me acosté con ella y caímos dormidos. Me levante cuando la luz se filtro por el pedazo de tela harapienta que cubría la ventana, le abrace y espere a que despertara. Llego la tarde y con ella el doctor con tres hombres que a fuerza me separaron de María.

-¡La despertaran!, ¡déjenle dormir!, ¡no me separen de ella!

Les gritaba llorando con furia y el alma en pedazos , hasta que me lograron sacar de la casa. Doña Andrea me veía y lloraba. Media hora mas tarde salieron los cuatro hombres cargando caja de madera sin distintivos a la que no me dejaban acercar mientras gritaba el nombre de María y lloraba aun mas, la cargaron a una camioneta negra, que se perdió en el horizonte iluminado por la luna.

María.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora