Días, meses, años, el tiempo que llevo soñando con este día es indefinido. Finalmente, hoy mismo podré cumplir ese sueño.
Estaba dando vueltas en mi habitación, sin control alguno de mis piernas, pues su verdadero amo eran los nervios, ya que era momento de que emprendiera el vuelo, como todos los polluelos de mi familia.
Mi nombre es Norman Haegen, y hoy me voy de casa.
Tengo 19 años, y ya viene siendo hora de que empiece mi carrera en la universidad, y esa es precisamente la razón por la que he de marchar. El pequeño pueblo en el que vivo se encuentra a más de 200 km de cualquier universidad a la que pueda acceder, y es por eso que me traslado a Minnesota, el estado más cercano a mi pequeño pueblo del sur de Canadá.
¿Cómo se llama mi pueblo, puede que te preguntes? Deja que te cuente una pequeña historia.
Hace muchos años, una guerrera huyó de su batalla para ocultarse del enemigo que había conseguido erradicar a todo su escuadrón. Su nombre era Karola Lavrov. En su viaje, dio con un pequeño pueblo con un solo habitante, que la ayudó a sanar las heridas de bala y cortes que se extendían por todo su cuerpo. Pasaron los días y, con la ayuda del solitario habitante de este lugar, nuestra protagonista consiguió atraer soldados aliados al pueblo. Organizados, decidieron volver a la batalla y esta vez salieron victoriosos. La guerrera, feliz y orgullosa, volvió corriendo a notificarle la victoria a sus superiores. Ella y su escuadrón fueron reconocidos, pero Karola solo pensaba en aquel chico del pueblo sin nombre. Decidió volver para reencontrarse con él, y pasados dos años de vivir mil aventuras juntos en aquel pueblo, empezó a surgir un precioso amor.
Sin embargo, el final de esta historia está muy alejado de ser feliz, pues tiempo después nuestra protagonista murió por otra fatal herida de incierto origen. Algunos afirman que fue un disparo, otros llegan a decir que una puñalada causó su muerte. Fuera como fuese, el héroe que una vez sanó sus heridas construyó una estatua en su honor, estatua que hoy día llena de vida el centro de mi pueblo. Así es, mi pueblo es el pueblo sin nombre. Sin embargo, eso cambió desde la muerte de Karola, pues desde ese momento recibe el nombre de Lavrov.
Habiendo contado esto, creo que podemos continuar.
Cansado de merodear sin rumbo, me detuve frente al espejo que reposaba junto a mi escritorio. Ya estaba vestido y preparado, con una chaqueta y pantalones negros. Mi pelo anaranjado, liso y no muy largo, caía por los laterales de mi frente como dos cascadas de zumo de naranja, que se detenía al nivel de mis orejas. Moviendo la cabeza, podía sentir mechones acariciando débilmente mi delgado cuello. Miré detenidamente el reflejo de mis ojos, grandes y castaños, y me aparté en cuanto escuché que llamaban a la puerta de mi habitación.
- Tu padre ya está aquí, ve bajando – dijo mi madre, con un hilo de voz.
Podía notarse en su voz que hace poco había llorado, lo cual es normal, supongo que ver cómo tu hijo deja la casa para estudiar tiene que provocarte un gran cúmulo de sentimientos.
Sin contestar a lo que dijo, salí de mi habitación y le di un fuerte abrazo, al cual ella correspondió entre lágrimas. Mi madre puso su frente contra mi pecho, y recordé en ese momento que le saco más de una cabeza (mido 1'84). Puesto que tenía el ángulo perfecto, acaricié su cabello y la apreté contra mí, reforzando el abrazo. Le di un beso en la mejilla y me despedí con un "adiós", acompañado de una sonrisa y del típico "os extrañaré mucho".
Cogí mis dos maletas y me eché mi ligera mochila a la espalda, bajé las blancas y bien cuidadas escaleras de mi casa y abrí la puerta, no sin antes mirar a mi alrededor y esbozar una sonrisa.
Ahí me esperaba mi padre, con una gran sonrisa bajo su poblado mostacho. En cuanto me vio, me aplastó contra su barriga en un doloroso pero cálido abrazo.
- Hay que ver... si hasta hace poco te tenía yo en brazos – dijo él, con una mueca incierta en su expresión -.
- Papá... - contesté, algo avergonzado al imaginar eso -.
Tal y como esperaba, mi padre dejaba caer por sus mejillas unas brillantes y cristalinas lágrimas, que en ocasiones caían en dirección a su bigote y se perdían en aquella selva de vello facial.
- Sé que yo mismo te voy a llevar a la estación de autobús, y tal vez no sea el momento más emotivo para soltarlo, pero quiero que sepas que desde siempre he estado orgulloso de ti, sabría que llegarías muy alto, Norman. - dijo él, provocando una de mis sonrisas más sinceras -.
Dejé mis cosas en el maletero y los dos subimos al coche, entre más besos y abrazos. Mi padre arrancó, y así, mi travesía dio comienzo.
"Este es el día más feliz de mi vida, pero a la vez es el más triste"
Repetía esa frase una y otra vez en mi cabeza, mirando por la ventanilla que tenía justo al lado, viendo como mi casa y las calles de mi pueblo se alejaban de mí. Un fuerte sentimiento de nostalgia invadió mi cuerpo, nublando mi mente, ni siquiera me di cuenta de que nos habíamos detenido.
-¡Espabila, chaval! - me gritó mi padre entre risas, había parado en una cafetería, en la cafetería donde mi padre y mi madre se conocieron. Alzando la vista pude ver el letrero, "Gunther Café", llamada así por el propietario, Gunther Robinson, buen amigo de mi padre que me conoce desde que nací.
Cuando entramos en el local, salió a recibirnos, y ahí fue donde mi padre le habló de que hoy era el día en el que me iba. Sorprendido, golpeó mi hombro con cariño y me sonrió.
- Llegarás muy lejos, Norman, confía en ti mismo – dijo -.
Para sus 74 años, era un hombre muy vivaracho. Como su mismo lema dice: "La edad es solo un número, una cuenta atrás que va hacia delante. A mi parecer, sigo siendo un niño por dentro".
Gunther nos puso a mi padre y a mí dos de sus mejores cafés, con la cantidad perfecta de azúcar. Sin duda el mejor sabor posible para continuar el viaje. Mientras nos los tomábamos, se puso a contar alguna de sus historietas, pero apenas me enteré de lo que decía.
Estuve pensando durante todo el poco rato que estuvimos en la cafetería en todo lo que he pasado todos estos 19 años, en que no vendré a mi hogar tantas veces como me gustaría en el futuro, en el escaso contacto que tendré con mis padres, en que no podré gozar todos los días de la infinita sabiduría de Gunther. Continué reflexionando en el coche, hasta que mi padre me sacó de mis pensamientos con unas palabras que nunca olvidaré:
- Buen viaje, campeón.
Antes de mi despedida final, volví a abrazar fuertemente a mi padre, que me envolvió en sus carnosos brazos, y nos despedimos mutuamente con un "te quiero" y un "adiós".
Entré en la estación, que en realidad era una parada que se encontraba no muy lejos de mi pueblo, en una ciudad minúscula, donde fui al colegio y al instituto. Sentado, vi cómo mi padre se sonaba la nariz en el asiento del conductor, a la vez que pisaba el acelerador. No podía quedarse conmigo, pues aún tenía que irse a trabajar.
La salida del bus estaba programada para las 12:45, y mi reloj de muñeca marcaba las 12:35, me tocaba esperar solo 10 minutos a que llegase mi transporte. Para mi sorpresa, llegó exactamente un minuto después.
Me aseguré de que era mi autobús mirando el cartel de la parte de arriba de este. En él solo ponía "Minnesota". Aún algo dudoso, me subí al autobús y saqué el dinero del billete. Lo dejé en la mano del conductor, que él mismo había extendido.
- Siéntate en la primera fila, por favor -.
Su expreción no parecía hostil, al igual que su voz, y una voz en mi interior me instó que no había por qué preocuparse. Aunque no comprendía del todo su proposición, decidí hacerle caso, pues no había nadie más en el autobús. El conductor tenía el pelo largo y alborotado, adornado con un llamativo sombrero de copa, y me miraba sonriente con sus brillantes ojos azules. Su ropa no era para nada un uniforme de trabajo, sino una gabardina verde oscuro que llegaba casi hasta sus rodillas, y unos pantalones negros parecidos a los míos. El autobús arrancó, y los zapatos negros del conductor pisaron el acelerador.
- No habrá más que una parada, dentro de un rato – dijo el chico, y justo después del aviso sonrió y me miró por un espejo que tenía a mano derecha, el cual apuntaba directamente a mi asiento.
"¿Por qué tener un espejo apuntando justo aquí?", me pregunté.
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El extraordinario pueblo de Wikkentown
FantasíaA la edad de 19 años, Norman Haegen deja su casa para comenzar sus estudios universitarios en el estado de Minnesota. Sin embargo, su autobús de ida tiene como destino un lugar completamente distinto, y el comienzo de una aventura llena de nuevas am...