60 - Bienvenido a casa, bebé.

4.3K 206 80
                                    

3 de noviembre de 2031, Madrid.

Lo bueno de los malos momentos es que con el tiempo se vuelven difusos.

Cuando el mes de noviembre empezó con lluvias y un descenso brusco en las temperaturas, Samantha pensó que lo primero que tendría hacer Flavio al volver a casa sería cambiar la ropa de los armarios, de la de verano a la de invierno. Había ingresado en la UCI en agosto, a más de treinta y cinco grados, y salió de su habitación en la segunda planta del Clínico Universitario de Navarra un tres de noviembre a dieciséis grados.

Tenía frío, sí, pero nada le quitaba la sonrisa de la boca, y Flavio tenía una sonrisa muy particular, muy suya, muy de niño. Había firmado el alta casi con pena por salir de allí después de tanto tiempo ingresado, y el equipo que le había tratado se despidió al completo de él: cirujanos, enfermeras, celadores y el personal de rehabilitación. Había sido un paciente modélico, siempre amable, sin dejar que su situación le carcomiera el sentido del humor o modificara su forma de tratar a los demás. Le habían cogido cariño, admiraban su carisma y las sonrisas que le dedicaba a todo el mundo, que diera las gracias y siempre se interesara por el estado de los demás pese a no ser el suyo el mejor del mundo. Después de tantos días con sus tantas noches, despedirle y verle salir por su propio pie, habiendo recuperado los diez kilos que había perdido en la unidad de cuidados intensivos, parecía una mentira, casi un sueño.

Flavio recostó la espalda en el asiento del copiloto de su Audi rojo y se cerró el cinturón de seguridad, mirando al frente con anhelo.

- Vámonos.

Samantha encendió el coche y salió de allí conduciendo con calma y dejando que su chico disfrutara del aire frío que entraba por la ventanilla. Eran algo más de las doce del mediodía y no había un tráfico excesivo en la ciudad, por lo que pudo acceder a la autovía sin complicaciones.

- Es muy raro estar fuera – murmuró el murciano al salir de la M-30.

- Dicho así parece que hayas estado en la cárcel.

- He perdido un verano entero. Siento que la vida me debe cosas.

Se relajó al lado de su chica, mirándola mientras conducía, mientras cambiaba de marchas y reducía velocidad al entrar en la urbanización. Le encantaba mirar a Samantha mientras conducía, admirar cómo la luz de un nublado día de noviembre recortaba su perfil dentro de ese coche, con su nariz recta y fina mirando altanera al frente, sus labios moviéndose al son de la canción que salía por los altavoces, las manos tamborileando en el volante esperando que el semáforo cambiara a verde... Tenía el perfil más bonito que había visto nunca, y desde hacía semanas no dejaba de imaginar qué rasgos de él y cuales de ella sacarían sus hijos. ¿Tendrían sus ojos claros o marrón oscuro como él? ¿Su nariz redondita y común o la pose elegante de ella? ¿Sacarían su nervio, o serían personas introvertidas? Eran preguntas con las que había fantaseado mucho en los largos días de hospitalización, y no se lo había guardado para sí mismo, pues sabía que Samantha se preguntaba lo mismo.

El mes de octubre había sido el mes más difícil para su relación porque lo había sido para ellos como personas independientes. Samantha jamás había pasado por una pérdida así, y había aceptado que nunca volvería a sentirse como antes, que hay hechos que marcan la vida de las personas y ese era el suyo. El dolor físico y el no físico habían ido aletargándose con los días, poco a poco, como un leve goteo del que nadie es consciente hasta que se ha formado un charco enorme. Así se disipaba el dolor. No pretendía olvidarlo de la noche a la mañana, y al cabo de un mes se dio cuenta de que no dolía menos que el primer día y que nunca dejaría de doler, pero aprendió a buscarle un lugar en su vida. Como si los recuerdos pudieran almacenarse en tarros de cristal, como en una película de magia, embotelló ese momento, esa sensación y ese dolor en un botecito de cristal que tapó con un lacito blanco, y lo colocó en una estantería imaginaria en su cerebro, almacenándolo allí, consciente de que no podría deshacerse nunca de él, pero no necesitaba hacerlo; sólo necesitaba apartarlo para que la dejara continuar.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora