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Al despertarme, imágenes y sonidos de mis sueños se arremolinaban en mi cabeza: los ojos de _____, sus labios, la curva de sus caderas, los dulces suspiros que emitía conforme yo dejaba una estela de besos sobre su cuerpo. Despertarme excitado era algo habitual en mí; automáticamente bajé la mano y froté con pereza mi erección por encima de los pantalones del pijama. Gemí ligeramente y me aferré con más fuerza. Cuando estaba a punto de dejarla al descubierto para empezar a acariciarme, oí una tenue risita junto a mí.

¡Mierda!

Abrí los ojos súbitamente y el corazón me latió desbocado en el pecho. Recordé que, por primera vez desde que era adulto, no había amanecido solo. ______ estaba a mi lado: ______, mi alumna, una chica que no había hecho más que irritarme en clase durante los primeros meses del semestre de primavera. Pero todo cambió la noche que nos encontramos en la puerta del bar de mi hermano, cuando me invitó a su departamento y luego a su cama. Lo que empezó como un rollo esporádico había dejado de serlo para mí. A punto había estado de echarlo todo a perder tras ponerle por error mala nota a uno de sus trabajos, pero me había perdonado.

Ella había venido a mi casa la noche anterior, desconsolada por la muerte de su abuelo, y yo la había recibido con los brazos abiertos. No solo la convencería para que me diera otra oportunidad, sino que la conquistaría y le demostraría que nuestra relación podía aspirar a algo más que a mero sexo.
Como es obvio, no había empezado con buen pie.

No puedo creer que me haya pillado toqueteándome. ¡Que romántico!

Intenté que mi mano cooperase para despegarse de mi erección, pero me había quedado totalmente paralizado. En mi vida había pasado tanta vergüenza. Por fin logré apartar la mano de la entrepierna y la posé sobre mi estómago. Las mejillas me abrasaban y me tapé la cara con la almohada.
Oí a ______ reír por lo bajo y la miré de soslayo. Estaba tumbada de lado, con la cabeza apoyada en la mano, sonriéndome con dulzura. Mi pijama de rayas le daba un aire sumamente joven e inocente, que se acentuaba aún más con su pelo suelto y alborotado.
Parece un ángel y yo acabo de comportarme como un pedazo de animal.

—Yo, eh... Lo siento mucho. No lo he hecho a propósito. Estoy acostumbrado a estar solo y únicamente ha ocurrido porque es..., hum, por la mañana, y la verdad es que no puedo evitarlo. Perdona —farfullé, y acto seguido volví a taparme la cara.

—Jimin —dijo entre risas—. Estoy al tanto de las erecciones mañaneras. No tienes por qué avergonzarte. Estaba disfrutando del numerito.

¿Qué?

Alcé la vista hacia ella.

—¿De verdad?

—Mmm. Verte tocándote me ha puesto muy cachonda. ¿Quieres que te ayude?

—No hace falta. O sea, no hay por qué hacer nada. Yo... No es ese el motivo por el que te invité a pasar la noche —me apresuré a aclarar. No deseaba que pensase que esperaba algo de ella a cambio. Pedirle que se quedara a dormir en mi casa había sido la mejor decisión de mi vida. Bueno, en realidad, la mejor había sido ofrecerme a llevar a ______ a su casa en la puerta del bar de Tae aquella primera noche, pero esta ocupaba la segunda posición.

—Ya lo sé —dijo en voz baja—. Quiero hacerlo.

Me coloqué de costado frente a ella y se acercó a mí.

—¿Estás segura? —susurré.

Asintió y sonrió. Acerqué la cabeza para besarla, pero se echó un poco hacia atrás.

Ha cambiado de opinión. Voy a abrazarla y punto. Anoche le gustó.

—_____, yo...

—Aliento matinal —susurró.

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