Alimentándome con tu amor

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Desde la esquina de su balcón, observaba las orquídeas del vecino de al lado. Inhaló el cigarro que tenía entre los labios, dejándose llevar por el efecto del tabaco. Entonces cerró sus ojos sintiéndose invadido por los recuerdos que evocaba su mente.

. . .

Apoyó su espalda luego de ingresar a su acogedor departamento. Levi dejó su maletín café en el sillón, y se quitó su abrigo para luego colgarlo en el perchero. Se sentía cansado y hambriento, la jornada laboral había sido extensa y exhausta. De hecho, su jefe le había asignado tantas cosas por hacer que ni siquiera se tomó la libertad del almorzar. Es más, ni siquiera se acordó.

Se aflojó la corbata, percatándose de la chica de pelo negro estaba sentada en la mesa mirando su computador.

— ¿Cómo te fue en el trabajo? —preguntó ella carente de emoción.

—Todo normal. ¿Qué tal la escuela?

—Eren se enojó conmigo otra vez.

El pelinegro levantó una ceja y se cruzó de brazos.

—Tal vez sea bueno que lo ignores por un tiempo. A veces puedes llegar a ser un poco insistente y fastidiosa.

—Voy a tener en cuenta tu consejo— dijo la pelinegra cerrando el computador— Por cierto ¿Qué cenaremos hoy?

—Tch —dijo Levi frunciendo el ceño— Tomando en cuenta que ninguno de los dos sabe cocinar, nuestras opciones son infinitas. ¿Te parece pedir comida china?

—¿Otra vez? —se quejó la pelinegra—¿Cómo lo haces para sobrevivir sin comida casera?

—Lo hago como siempre lo he hecho. Pero si tanto te molesta puedes regresar a tu propia casa— dijo Levi haciendo énfasis en la última frase.

—Como que de pronto se me antoja la comida china.

—Bien— dijo el pelinegro tomando el teléfono para hacer el pedido.

Pese a tener treinta años, Levi no había desarrollado sus habilidades culinarias. De hecho, la mayoría de las comidas se resumían en fideos instantáneos, tallarines con salchichas, arroz con huevo o cualquier otro platillo que no le tomara más de veinte minutos en preparar. No era la dieta más saludable, pero no tenía el tiempo ni las habilidades para aprender.

Sin embargo, ahora que su prima estaba viviendo con él, se le dificultaba un poco el problema de las comidas. Una cosa era no darle importancia a su alimentación, pero otra cosa distinta era no darle todo lo necesario a la adolescente. A diferencia de él, ella estaba en crecimiento aún. Es por ello que lo remediaba comprando comida para llevar. O al menos lo intentaba.

—¿Quieres que te prepare un poco de té? —preguntó Mikasa cuando pelinegro terminó de hacer el pedido.

—Está bien— dijo el hombre quitándose los lentes ópticos— Pero por favor evita ponerle azúcar. El que me diste el otro día estaba asquerosamente dulce.

—Lo siento, a veces olvido que eres algo desabrido.

De pronto el sonido del timbre interrumpió el intento de conversación entre ambos. Teniendo entre sus manos el hervidor, Mikasa preguntó:

—¿Será el repartidor?

—Dudo que haya sido tan veloz.

Levi se sacó las manos de los bolsillos y caminó en dirección hacia la puerta principal. Miró por la mirilla con desconfianza, pero no vio nada más que el pecho de un hombre. Gruñó por dentro y abrió la puerta.

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