Roto.

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Todo se quebró en la sutileza de unas palabras venenosas, fabricadas para hacerle daño y alejarle, pero ¿Alejarle de qué? ¿De su amado pintor? Lee Jiwha agacho la cabeza con los ojos llenos de lágrimas, en la fina línea de la locura y la sensatez ¿Qué se supone debía hacer? El definitivamente le había robado todo ¡Maldito pintor! Lo había alejado de lo que más amaba, sin embargo, no podría de ninguna forma manchar sus manos con sangre, él no era un asesino, no podría ni dar la orden. Un patético y débil niño, eso se resumía su corta existencia, justo como su padre le decía desde el momento en que lo había descubierto en las finas telas de Seung Ho, desnudo y con las piernas alrededor de sus caderas.

Su humillación se extendió con el paso de las estaciones, mientras las flores y las hojas se marchitaban y se renovaban año con año, el tiempo infinito enfrente de ellos. Lo amo con fuerza, desde que le miro, con esos intensos ojos oscuros y esa sonrisa de eterno sarcasmo, en los últimos años de su niñez aprendió a querer de una forma tan errónea, de la manera más equivocada y escandalosa en esos tiempos, amar a un hombre, amar a un monstruo.

Pero que podía hacer, cuando su primer beso y su primera vez antes de una mujer se la había dedicado a su primer amor, a su eterno amigo. Aun cuando el dolor invadió su ser y le miro entregarse a esas largas jornadas de placer, hacerlo y deshacerlo en la intimidad, en la oscuridad de un secreto y entre sus pieles con el regocijante escándalo en su estómago. Aun cuando le miro perderse en el opio y en las sensaciones intensificadas, lo amo incluso cuando el mismo fue entregado a ese conjunto de hombres que se dedicaban a los placeres más podridos. Lo amo, lo amo con intensidad y ahora con rencor, porque pensó de alguna manera que su perpetua lealtad algún día florecería, algún día Seung Ho tenía que despertar y él estaría a su lado, amándolo desde siempre.

Las lágrimas ya no tardaron, era patético, un patético hombre postrado a los pies de una bestia, aplastado y humillado. Se había forzado a ser el que siempre mirara, aun que estuviera rodeado de jóvenes perfectos, sería el más hermoso de todos, el más atrevido, el más sucio y experimentado, pero resulto que la calidez de un virgen y las manos de un plebeyo fueron más fascinantes que su entrega incondicional.

- Lo he devuelto - Su estómago se estrujo con nerviosismo cuando le informo, su orden había sido cumplida, se arrepintió por un instante ¿Había hecho lo correcto?

El mayor le miro, no pudo evitar tener compasión por su amo, parecía que en algún momento se rompería en mil pedazos, como un delgado y caro cristal, sabía que no todos eran tan fuertes, incluso él aun con el paso del tiempo y el poco remordimiento que aún le quedaba, sentía con pesadez las muertes de sus víctimas, un sacrificio para poder mantenerse en este plano, como un animal, peleando por sobrevivir, pero su señor Jiwha era incluso más débil de lo que aparentaba, incluso vomito al ver al pintor amarrado y golpeado, era un noble joven acostumbrado a una vida acomodada.

- Sabia que esto pasaría - Mumyeong se paró enfrente de él sin mirarle - ¿No se lo dije mi señor? No tiene lo necesario para matar.

La cabeza de Jiwha permaneció abajo, hasta que miro el montón de monedas caer al piso.

- Sera como si esto nunca hubiera pasado - Las lágrimas siguieron bajando por la blanca piel, sin querer mirar al asesino por la vergüenza que aun sentía en las entrañas, con esa sensación de medir solo dos centímetros.

- Lo capturaste por mi orden y lo devolviste nuevamente por mi - Jiwha pudo mirarle - ¿Y me estás diciendo que estás dispuesto a fingir que nunca paso? ¿Sientes pena por mí?

El coraje a si mismo creció, se permitió lucir estúpido enfrente de un pintor plebeyo, sintió que era la cosa más vergonzosa que había hecho en su vida, ya no quedaba duda de que su debilidad se había incrementado hasta ese momento, como si no pudiera hundirse más en la miseria, ahora Mumyeong sentía pena por él.

Roto (Mumyeong x Jihwa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora