Capítulo 13. Vuelta a las andadas

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El duesenberg se detuvo frente al portón de la última casa de aquel vecindario a las afueras de Nueva York. El ambiente se respiraba diferente; como transportados a un colorido y adorable pueblecito, en menos de treinta minutos de abandonar las agobiantes callejuelas neoyorkinas el ajetreo desaparecía para dar cabida a un mundo apetecible.

Los altos barrotes de la verja impedían el paso al jardín frontal. Aurora ojeó las ventanas tratando de vislumbrar alguna luz encendida o una figura reflejada en el cristal, pero todo se encontraba a oscuras. Ellery, tras un rápido vistazo, se impacientó pulsando el timbre exterior.

—Debí haber telefoneado antes de darme el paseo —se espetó a sí mismo, airado.

—Bueno, un desliz lo tiene cualquiera, hasta el cerebro más prodigioso.

Dirigió una mirada virulenta a la amplia sonrisa de Aurora. Ojeó la calle a lo ancho y largo y arrugó el ceño.

—¿Este barrio no tienen ninguna parada de autobús? —inquirió extrañado.

—¿Qué más dará eso, Queen?

Al volver la cabeza en su dirección, vio correr la cortina de una de las ventanas a las que Aurora daba la espalda.

—Creo que vamos a investigar el vecindario.

El extenso jardín de entrada estaba rodeado por una cancela de pequeña altura y una valla de madera. Comprobaron que la puertecilla no estaba cerrada. Ellery la abrió con un ligero crujido y recorrieron el sendero de baldosas hacia el rellano. El rechinar de la puerta principal entreabriéndose los frenó a mitad.

—¿Qué quieren? —La voz de la mujer desde el interior de la casa sonó con la fuerza que creía necesaria para detener a los intrusos. Agrandó el hueco y dejó entrever un cuerpo rechoncho oculto por una bata azulada y unos rulos anaranjados como peinado.

—Buenas tardes, mi nombre...

—Espera... —le susurró Aurora, haciéndole callar. Giró hacia ella arrugando la frente por la interrupción, pero en un guiño fugaz, la pelirroja barrió distancia y se situó frente a la mujer con expresión inocente—. Disculpe nuestra intromisión. Buscábamos a la señora Harden. Supongo que se habrá enterado del fallecimiento de su marido.

—Evidente, querida. Por quién me toma, soy su vecina —contestó con animosidad.

—Por supuesto. —Aurora enlazó las manos y dio un recatado paso—. Verá, somos de la oficina de derecho civil. Necesitamos consultar unos asuntos urgentes con la susodicha antes de la lectura del testamento.

La mujer abrió unos ojos llameantes de curiosidad.

—Yo la conozco. Si quieren que le dé algún recado, pueden confiármelo a mí.

—Verá, ese no es el problema.

Poco a poco, Aurora intercalaba una sutil marcha hacia las escaleras de la entrada. La mujer, de forma inconsciente, había terminado por abrir la puerta y la escuchaba con suma atención. Ellery se mantuvo en segundo puesto asumiendo sin problemas un rol pasivo. La escena se asemejaba a la labor de un caniculario a punto de cazar a un gato callejero, y no quería ser el novato que metía la pata.

—Necesitamos información para rellenar los documentos relacionados con los últimos acontecimientos hoy mismo. Nuestro superior se va de vacaciones en unos días y el testamento ya no podrá ser leído hasta dentro de un mes.

—¡Vaya por Dios!

—Cierto, cierto, es una tragedia. Bueno —se dio la vuelta—, si no hay nadie que pueda informarnos por ella, nos marcharemos.

[4] Ellery Queen: Copias Casi PerfectasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora