Capítulo 14

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- ¿Puede repetirme su nombre, señorita?

-María Eugenia Lanzani, ¿puedo entrar de una vez? – Después de repetir tres veces su nombre Euge ya estaba nerviosa, no entendía por qué no la dejaban entrar.

-Y viene para tener una visita con Pablo Lanzani, ¿no es así?

-Sí, para visitar a mi padre, pero al paso que llevamos lo voy a ver cuando tenga yo su edad.

-Tranquilícese por favor, tenemos que seguir las normas de la prisión y por lo que vemos en el historial no ha venido ni una vez a ver a su padre después de 12 años de estar entre las rejas.

-Y si usted mira bien el motivo por el cual él entró en la cárcel sabría porque no he venido a visitarle nunca. – Después de estas palabras el encargado mira la razón por la cual Pablo llego a esa prisión. Euge pudo notar cómo se le abrían cada vez más los ojos, y releía un par de veces la justificación, casi sin poder creérselo.

-Perdóneme María Eugenia, no se preocupe, ahora la dejamos pasar, pero va a tener todas las cámaras vigilándote y guardias cerca, no le pasará nada. Yo mismo le acompaño.

-Eso espero.

Al lado del encargado, que no debería ser mucho más mayor que Euge, se fueron acercando a la celda de su padre, no estaba muy lejos de la entrada, pero lo suficiente como para pasar por al lado de otras celdas y escuchar silbidos y palabras asquerosas que ninguna mujer debería escuchar nunca. Euge se sintió realmente asqueada y acosada, esos señores podrían doblarle su edad perfectamente.

Su padre estaba en una celda, solo, no compartía con nadie, raro ya que las únicas celdas que ha visto la rubia eran compartidas por 2 o hasta 3 personas. Le tocaron las rejas de su celda y él miró para delante, Euge se quedó petrificada, recordando algunos de los peores momentos de su infancia.

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Una noche de verano su padre había llegado muy tarde, borracho, como siempre. Peter y Euge estaban durmiendo, pero eso no duró mucho porque cuando su madre le pidió que se callase porque los niños estaban descansando él la empezó a gritar y a insultar, como hacia usualmente.

-Que me vas a decig pedaso puta, a mi no me puedes decig nada eh.- Y los dos niños de apenas siete y cinco años escucharon un golpe, Peter fue consciente enseguida de que ese golpe lo había recibido su madre, pero en vez de salir e intentar defenderla lo único que se le ocurrió al pequeño fue levantarse de su cama y taparle las orejas a su hermana, como hacia cada noche.

Euge recuerda que no era capaz de entender que es lo que le decía su padre a su madre, ni si la estaba golpeando, pero aun así era capaz de escuchar voces y ver como su hermano mayor no podía parar de llorar.

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-Ya sabía yo que los silbidos debían de ser por mi hija, modelo desde que nació. - Le dijo su padre, aún sentado en su cama. Fue en ese momento en el que Euge salió del trance y lo miró, esa persona no había cambiado nunca, y aún no sabía cómo había conseguido enamorar a la persona con el alma más libre y buena que ha visto en la vida. – Al menos me podrías saludar hija.

Dice con una sonrisa, de esas cínicas, que deseas no volver a ver nunca más. Se levanta y poco a poco se va acercando a donde se encuentra la rubia de ojos verdes, que por desgracia, Peter y Euge habían heredado de él. Ella no tardó ni un segundo a venirle a la cabeza la primera vez que le pegó.

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-A ver, hijita repíteme qué has sacado en el trabajo práctico de sociales. - Le obliga su padre, que se encuentra de cuclillas para ponerse a la altura de su hija que tiene tan solo ocho años.

Llegas tú (LALITER)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora