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Suelta una risotada irónica, me abre la puerta del acompañante y yo, con mucha suficiencia, mucho orgullo de mí mismo y mucha valentía, me meto dentro del coche.

Empezaré a establecer los límites que a este hombre increíblemente guapo le faltan. Si vamos a estar juntos, será para crecer los dos, ir a la par, alcanzar metas y proponernos objetivos.
Nuestros mundos son completamente distintos, es verdad, pero de ahora en más seremos Emilio y Joaquín, y el que ambos decidamos qué hacer de nuestro día a día es lo sano en una relación.

En mi subconsciente, mi frente se arruga hasta que duele.
Eso es lo que somos. Lo que tenemos es una relación... ¿No?

-A veces se me olvida que eres súper cómico -murmura, sacándome de mis pensamientos.

Pensamientos que incluso yo quiero sacarme de la cabeza pero a martillazos.

«¿Por qué te portas así, Joaquín? Es que te encanta joderte la vida y el cerebro, ¿verdad?»

Veo que introduce la llave, prende el motor y pisando el acelerador empieza el viaje. Primero colinas abajo, después a las afueras del pintoresco pueblo y por último a las calles citadinas atestadas de tránsito.

«¡Sí, sí! ¡Me encanta» respondo interiormente, como si otro yo estuviese hablando en mi cabeza.

-Habibi -me llama elevando la voz.

Pestañeo, y giro la cara para observar su perfil concentrado en la conducción intachable del día de hoy.

-Perdón, ¿Qué decías? -murmuro.

-¡Que te estaba haciendo una broma! -refunfuña.

Ruedo los ojos y suspiro.
Emilio odia con el alma que no le presten atención; a veces parece que tuviera seis años.

-Si no la oí, existe una explicación muy razonable -declaro, recargando mi nuca en el asiento.

-¿Cuál sería la explicación de estar en la Luna de Valencia y no escucharme?

Levanto mis dos cejas, extiendo los brazos hacia adelante y hago ademanes insinuando que es muy obvia la respuesta.

-Eres pésimo haciendo chistes. Esta es la explicación.

Chasquea la lengua y finalmente se ríe.

-Vas a tener que darme clases entonces.

-¡Cuándo gustes! -exclamo con diversión-. Son diez euros las dos horas -me encojo de hombros-. Clases de humor intensivo dos veces a la semana.

-¡Qué ladrón! -se queja.

-El especializado debe cobrar por su trabajo -replico, quitándome de la frente un mechón de pelo que me molesta-. ¿Crees que será fácil darte lecciones de humor a ti, el sujeto más serio y cara de trasero que puede haber en la faz de la Tierra?

-¡Yo no tengo cara de culo! -vuelve a quejarse.

-¿Ah no? -cuestiono con interés, apoyándome sobre el codo que da a su perfil y la palanca de cambios-. Entonces cuéntame cuándo fue la última vez que sonreíste de verdad; y no se vale que menciones a tus socios. Está clarísimo que a ellos les sonríes, pero en realidad te mueres de ganas por arrancarles los dientes a golpes.

Un semáforo en color rojo le obliga a frenar, y aprovecha los minutos de parate para mirarme.

-Contigo no tengo cara de culo. A ti te sonrío con autenticidad.

Sorprendido abro la boca. Éste hombre es aparte de apuesto, demasiado inteligente. Se aprovecha de sus encantos masculinos para embobarme con sus palabras lindas.

Al Mejor Postor || EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora