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A mi alrededor escucho voces, jadeos asombrados y murmullos. Siento cómo todos hablan al mismo tiempo. Mi padre, mi madre, Adolfo, hasta Emilio. Los oigo en la lejanía, en un eco distante mientras miro un punto fijo al frente de mí; a la nada, la verdad, no sé a dónde. Y en mi cabeza se repite con claridad y mucha fuerza la última frase pronunciada por el hombre que más amo.

«Hacerme su esposo»

Respiro con dificultad y de esa manera, lo observo. Su rostro permanece inquieto, expectante, inclusive con cierto temor de haberla cagado hasta el fondo.
Pestañeo, y deslizo la mirada por la cara de mi madre. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, como instándome a dar respuesta a la oración que me ha dejado mudo.
Sí, lo presiento al reparar en mi padre y en mi padrastro, que me analizan con la misma curiosidad que Elizabeth.

Mis latidos aumentan.

Mierda.

Es que siquiera me lo ha propuesto formalmente. Algo así como, ¿nos casamos? ¿Quieres casarte conmigo? ¿Te gustaría ser mi esposo?

No. Por supuesto que no, y no debería asombrarme. Emilio Osorio es un hombre realmente extraordinario. Nunca, nada, viniendo de él será clásico o traidicional. El magnate sobresale de ese tipo de cosas.

Entonces...

¿Debería tomar su frase como una propuesta?

Trago saliva y vuelvo a mirar al arabillo.

¿Realmente es lo que quiero ahora mismo?

-¿Joaquín?

Parpadeo. Es mamá.

-¿Qué? -balbuceo, con la presión extra de tres pares de ojos fulminándome de la cabeza a los pies.

Sus dulces facciones transmutan a un gesto recriminatorio y el que se dispone a hablar es mi padre.

Ésto es terriblemente incómodo para mí.

-Es un asunto serio -carraspea rascándose la barba-. Hay un hombre aguardando por una contestación tuya. Un compromiso.

«Un compromiso»

Nosotros ya tenemos un compromiso. Somos el uno para el otro de una forma tan arrolladora que... Los anillos, una iglesia, un acta de matrimonio, sobrarían.

¿No?

Mis sienes empiezan a punzarme y pasa. Sucede sin más; sin proponérmelo. Esbozo una sonrisa, una gran sonrisa y... Comienzo a reír. La cara de Emilio se descompone entre confusión y ofensa pero no puedo parar. Me siento una perra de mierda pero no puedo parar de reír.
Mis ojos se empañan cuando una carcajada le sigue a otra, y otra a otra, hasta que mi panza empieza a doler.

Todos están observándome como si me hubiese vuelto loco.

No enloquecí.

Soy un idiota, sí; pero no enloquecí.

Sólo es que...

¡Carajo!

Casarme con él es lo que más quiero en ésta puta vida. Lo quiero solamente mío para siempre. Quiero llevar una alianza con su nombre grabado. Quiero tener en mi vientre a sus hijos, y a los míos; a los nuestros. Quiero engordar, envecejer, pelear, reír, amar, llorar, a su lado.

Diablos, diablos, diablos.

¡Quiero ser su esposo! Pero no me esperaba que él también lo deseara así. Me tomó desprevenido que lo dijera frente a mi familia. Me llenó de ansiedad, de nervios, de ganas de comérmelo a besos y resulta que ahora, aún siendo consciente de que estoy dando la impresión equivocada, no consigo parar la risa.

Al Mejor Postor || EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora