capitulo 3

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Capitulo 3

Su mente le gritó que aprovechara el momento para salir, pero el sonido lo hizo reaccionar. Los gatitos le gustaban y pensó que no le haría daño ir a ver de qué se trataba.

Se acercó a la puerta que estaba entreabierta. En la habitación tenuemente iluminada vio un canasto apoyado con cojines, sobre la cama. Dentro había dos bebés. Tenían los ojos cerrados, pero estaban empezando a moverse. Los observó sonriente.

De modo que aquella mujer tenía unas criaturas en un edificio de apartamentos donde no se permitía tener niños.
Se le ocurrió que ese era el motivo de la extraña actitud de su vecina. ¿Buscaba un padre para esas criaturas? De ser ese el caso, debía salir de allí inmediatamente.

-Adiós, criaturas -murmuró-. Ojalá consigan un nuevo padre pronto. Volveré a verlos.

Se volvió dispuesto a marcharse.

___ perdió el aliento al darse cuenta de que James había entrado en su habitación, pero tuvo que contestar la llamada porque el Servicio Social podría estar llamándola. Hacía tiempo que había dejado su mensaje. Pero no le había hablado de la situación a la recepcionista, sólo había pedido información. Necesitaba tener más datos para tomar una decisión tan importante.

El punto más importante, desde luego, era que todo eso no le incumbía. Las criaturas eran de él y ella no tenía derecho a pedirle cuentas. Al mismo tiempo, su conciencia no le permitía entregarle a los bebés a un monstruo. Debía notificárselo a alguna autoridad.
Pero no la llamaba el Servicio Social, era Gary, su jefe en el museo.

-Estás enfadada ¿verdad? -dijo sin esperar el acostumbrado saludo-, te has ido demasiado pronto. Debes entrar en razón, ___. Esos recortes quizá sean verdaderos. Sería muy descuidado si...
-Gary, espera un momento -se llevó una mano a la sien-. No estoy enfadada. Hace horas que no pienso en ese asunto.
-___, ___, ___, no trates de engañarme. Sé cuando estás irritada y cuando estás...
-Gary -lo interrumpió-. Tengo visita y prisa.
-Ah.

Era evidente que eso no se le había ocurrido. ___ hizo una mueca ante el auricular.

-¿Quién es? -preguntó severo-. ¿Alguien con quien vas a salir?

___ estuvo a punto de decir la verdad, pero se detuvo. Si trataba de explicar lo que ocurría estaría hablando una hora. Sería mejor que él creyera que estaba ocupada y que no debía interrumpirla. Tiró del cable del teléfono para acercarse a la puerta de la cocina y vio que su vecino se asomaba a su habitación. Debía ir a la sala de inmediato.

-Sí, es una cita -dijo deprisa-. Te veré el lunes y hablaremos.
-No sabía que estabas saliendo con alguien. ¿Va en serio el asunto? -preguntó después de una pausa.
-Gary. Tengo que volver con mi amigo.
-Muy bien -el suspiro de Gary la hubiera enternecido de haber tenido tiempo para pensar en ello-. Te veré el lunes.

Cortó la comunicación, corrió a la sala y se chocó de frente con su invitado. Deprisa trató de interpretar su mirada.

-Sus bebés son encantadores -comentó en tono divertido.

Ella lo miró sorprendida. ¿No reconocía a sus propios hijos?

-¿Mis bebés? -preguntó.
-Esos enanitos que tiene aquí. No me había dicho que había venido con unos bebés recién nacidos.
-¿Quiere decir que nunca los había visto? -preguntó ceñuda.
-¿A ésos? -no comprendía-. Por supuesto que no. ¿Dónde podía haberlos visto?

Por lo visto el asunto era peor de lo que ___ imaginaba. Él no había ido a ver a Janine después del nacimiento de las criaturas. ¡Qué desgraciado! ¿No tenía ni una pizca de decencia? Lo observó de arriba abajo con desprecio.

-Podía haber ido al hospital cuando nacieron -dijo a secas-. Así al menos podría reconocerlos. ¿No se le ocurrió hacer eso? -movió la cabeza-. ¿Qué clase de desgraciado insensible es usted?

James parpadeó, miró a los bebés de nuevo y luego a ella. Era el momento de enfrentarse a los hechos. Aquella mujer estaba completamente loca. Debía irse en ese momento y comenzó a retroceder hacia la puerta.

-Mire, criatura, sus bebés son muy bonitos...
-No son míos -dijo con exasperación-. ¿Todavía no lo comprende? Son suyos.
-¿Míos? -quiso reír, pero le bastó mirarle a los ojos para comprender que no bromeaba y de pronto, dudó. No era posible ¿o sí? El no la había visto en su vida y además, siempre era muy cuidadoso en ese tipo de asuntos-. No nos conocíamos -declaró lo que era un hecho.

Ella se encogió de hombros. ¿Qué tenía que ver eso con los niños?

-Lo sé.

Ella lo sabía y lo aceptaba. Entonces, ¿por qué seguía mirándolo de forma acusadora?

-¿Cómo, entonces, pude engendrar a esas criaturas?
-Como es normal, esas cosas suceden.
-No me suceden a mí.
-Dígaselo a los pequeños -le apretó el brazo-. No comprendo cómo alguien puede negar su propia sangre de esa manera. Por lo que sé, usted no estuvo presente cuando esas criaturas nacieron. Nunca envió dinero ni fue a verlas. No le importaron. ¿Me equivoco?

Todo eso era cierto, pero, ¿por qué debía haberlo hecho? No eran hijos suyos.
Pero ella no aceptaba la verdad y no aclaraban nada hablando con acusaciones y negativas.

-Espere un momento. Comencemos de nuevo. ¿Cuándo tuvo a esos bebés?
-No los tuve yo -echó la cabeza hacia atrás.
-¿No los tuvo usted? -movió la cabeza y le escudriñó los ojos en busca de cualquier vestigio de racionalidad en la conversación-. Entonces, ¿quién les dio la vida?
-Janine, por supuesto.

Por supuesto, ¿por qué no se le había ocurrido a él?

-¿Quién diablos es Janine? -vociferó.
-Shh, los bebés -se llevó un dedo a los labios-. ¿Ni siquiera la recuerda?

Por fin hubo un elemento diminuto de duda en su voz. Quizá existía la esperanza de que el asunto quedaría aclarado. Aunque a él no le importaba. El enfado comenzaba a sustituir su buen humor.

-Está bien, yo empezaré por el principio -sugirió al dominarse-. Quizá podamos desenredar esto. Esos bebés no tienen nada que ver conmigo. Nada. Yo no engendro hijos con mujeres que no conozco. No sé de dónde ha sacado la idea de que lo he hecho y para serle sincero, me molestan sus acusaciones.
-Entonces, ¿por qué los abandonaron frente a su puerta? -lo miró indecisa y luego a los bebés.
-No sabía que hubieran hecho eso -le recordó-. Yo no los he visto en mi casa. Sólo cuento con su palabra.

Aquello era el colmo. ¿La acusaba de tenderle una trampa? Frunció el ceño con irritación.

-Está bien, Adam.
-¿Por qué insiste en llamarme Adam? No me llamo así.

Las palabras la detuvieron. Si él no era Adam...

-¿Cómo se llama?
-James. James Maslow.
-Luego, ¿quién es Adam?
-¿Cómo voy a saberlo?

Sacó el sobre del canasto y lo observó. De pronto perdió la certeza que hasta ese momento tenía. Quizá él estuviera diciendo la verdad y de ser así no podía culparlo por estar tan enfadado.

un regalo en mi puerta(james) CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora