Nydia
Nos habíamos detenido en una elevación de roca, o mejor dicho, detrás de ella, desde la que Protea examinaba la entrada al templo con una especie de prismáticos.
—Están dentro. La puerta nunca esta abierta. —Intenté asomar mi cabeza por encima de la roca, como si yo pudiese ver eso desde donde estaba. Pero alguien con más cerebro que yo me agarró por la ropa para que no lo hiciese.
—Son mercenarios, Nydia, no se lo pongas fácil. —Vale, si quería asustarme, lo había conseguido. Porque no suelo mezclarme con gente así normalmente, o no solía hacerlo, al menos allí en la tierra, pero podía reconocer un "pueden meterte una bala en la cabeza en cuanto la vean asomar" oculto en sus palabras.
—¿Y ahora? —Estaba claro que había que buscar otra entrada, o buscar un plan B.
—No podemos irnos de aquí ahora, no tenemos tiempo para otro intento. Y quién haya planeado lo de allí dentro lo sabe. —Rigel señaló con la cabeza mientras repasaba su arma. Solo esperaba que no quisiera entrar allí disparando a diestro y siniestro. A ver, que él podía ser un profesional de esto, todos de hecho, pero no yo. ¿Asustada?¡Pues claro que sí!
—Solo hay una cosa que se pueda hacer. —Rise no estaba mirándonos cuando lo dijo. No sabía lo que estaba pensando, pero algo me decía que no me iba a gustar. Una cosa era convertirme en reina y hacer todo lo que me había propuesto por ellos, por su pueblo, pero no estaba dispuesta a sacrificar a ninguno de ellos. No cargaría con una muerte a mis espaldas, no quería ser una reina con sangre en sus manos. No, no iba a matar a nadie, pero era casi lo mismo, ¿verdad?
—No puedes pedirle un favor a un mercenario, porque se lo cobrará. —Rigel sí que parecía saber lo que pretendía hacer su hermano.
—Entonces ¿qué vas a hacer? —Rise me dio un último vistazo mientras daba el primer paso hacia ellos.
—Aumentar nuestra ventaja. —Caminó hasta la entrada al templo, deteniéndose en uno de sus lados, lejos de la línea de tiro de todos aquellos que estaban esperándonos, pero lo suficientemente cerca como para que su voz llegara hasta el último rincón. Debía haberlo detenido, pero Rigel debió de leer mis pensamientos, y me retuvo antes de que ni siquiera tuviese la opción de pensar cómo lo haría.
—Sabe lo que hace. —Sus ojos felinos me miraron con una muda súplica, Rise era su hermano, me estaba pidiendo que confiara en él.
Su voz sonó alta y clara no solo para los que estaban al otro lado, sino para nosotros.
—Sé que sois muchos, sé que os han pagado un buen dinero por el trabajo, pero si seguís ahí dentro cuando todo esto comience, me estáis diciendo que estáis dispuestos a pagar el precio. Si me vencéis, podréis presumir de haber matado al Lobo Negro, si sigo vivo, sabéis lo que eso significa. —Esperamos, todos mantuvimos un sepulcral silencio, aguardando el milagro que nos permitiese alcanzar nuestro objetivo, pero parecía no llegar... Hasta que algo cayó cerca de la entrada, algo brillante. Esperé que estallase, como una de aquellas granadas de luz de las que los había oído hablar. Esperé, pero antes de que estallase, otra de esas cosas cayó no muy lejos de allí, luego otra, y otra. No supe cuántas aparecieron, pero estaba segura de que si todas ellas estallaban, acabarían derribando la puerta y las construcciones que la adornaba. ¡Porras!, reventarían la roca en la que estaba encajada.
Pero me equivoqué. Rise regresó a su puesto junto a nosotros, sin apartar la mirada de la entrada al templo. Nada estalló, pero tampoco vi a nadie saliendo de allí con los brazos en alto, rindiéndose. ¿Por qué iban a hacerlo? Éramos nosotros los que queríamos entrar ahí, yo tenía que llegar al árbol de luz, conseguir ser bendecida con una de sus semillas, y así convertirme en una princesa con derecho al trono, sería una auténtica heredera, la postulante como me habían apodado todos ellos.
Pero si no llegaba hasta allí, no conseguiríamos nada. Con que tan solo uno de ellos nos cortase el paso, tendríamos que luchar para llegar a la cámara de iniciación. Todos sabían a lo que venían, todos habían asumido el riesgo, estaban dispuestos a entregar su vida, por mí, por una mujer de otra raza que no entendía su cultura, y que todavía no tenía muy claro a qué se enfrentaba.
Yo no podía defraudarles, si ellos estaban dispuestos a morir, yo no podía huir como una cobarde. Sé lo que es la esperanza, y yo era la suya, la de todo un pueblo. Y aunque no quería cargar con sus muertes a mis espaldas, tampoco me quedaría de brazos cruzados si eso llegara a ocurrir. Haría cuanto estuviese en mi mano para que su sacrificio no hubiese sido inútil.
—Sabía que lo conseguirías. —Kabel se agazapó a nuestro lado, dándole una palmada en la espalda a Rise. ¿Qué?, ¿lo había conseguido?
—Sólo he reducido su número. —Rise sacudió la cabeza sin apartar su vista de la entrada.
—Eso es suficiente. —Kabel se alejó para ocupar su posición. No entendía nada.
—¿Se van? —Rigel acercó unos prismáticos a mi cara, y yo los coloqué frente a mis ojos para encontrar lo que él quería que viera.
—Solo hay dos cosas que importen a un mercenario, el dinero y su vida, y ellos han escogido. —La imagen frente a mí se agrandó hasta ver claramente lo que había en el suelo de entrada al templo; monedas, o al menos lo que ellos utilizaban como si lo fueran. Algunos de los mercenarios que nos esperaban para evitar que alcanzásemos nuestro objetivo, habían decidido no luchar contra nosotros.
—Tener mala fama a veces sirve de algo. —Rise giró su rostro hacia mí para mostrarme una sonrisa lobuna. Sabía que se refería a su fama de mercenario duro, pero no sabía que infundase tanto miedo entre sus iguales. A todas luces, ningún mercenario era un angelito.
Me moría de ganas por preguntarle qué había ocurrido antes, cuando atacó a su hermano, pero algo me decía que él no iba a decirme nada, era un asunto entre ellos dos. ¿Pero qué había ocurrido? Rise parecía haberse recuperado, o decidió apartar las desavenencias para discutirlas en un momento más oportuno. Lo único de lo que estaba segura era de que algo lo entristecía, porque sus ojos me lo gritaban cada vez que me miraba, aunque su expresión intentase esconderlo.
—Hora de ponerse en marcha. —Rise empujó su cuerpo contra la roca para ponerse en pie, aunque se mantuvo a cubierto.
—¿De verdad se han ido? —Noté como arrugó su naricilla al tiempo que alzaba la cara al aire.
—No todos, pero sí la mayoría. —aseguró.
—Nydia. —Sentí la mano de Rigel aferrando las mías. No me di cuenta de que estaba temblando hasta que sentí como él las sujetaba. —Todo va a ir bien, solo mantente detrás del escudo. —Rise sacudió su brazo, y algo como parecido a una superficie de plástico azulado se desplegó. Era cuadrado, del tamaño de los escudos de los romanos que se veían en los comics de Asterix y Obelix, solo que casi transparentes.
Uno a uno, cada miembro de la expedición desplegó sus escudos. El de Protea tenía un brillo y forma diferente, como tirando a redondeado. Asentí hacia ellos, no iba a fallarles.
—Vale. —Vamos allá.
Cada uno en su posición, cada miembro sabía lo que tenía que hacer. Crearon una pequeña formación defensiva delante de mí con los escudos de Kebal y Rigel, mientras Niell cubría nuestra retaguardia.
Parecía que no quedaba nadie dentro del templo, pero en cuanto atravesamos las puertas y avanzamos hasta la mitad de la larga sala de columnatas, docenas de flechas luminosas empezaron a volar por el aire hacia nosotros. Los escudos delante de mí las absorbían con un chisporroteo demencial, mientras los encargados de abrirnos paso se encargaban de devolver el fuego al enemigo.
La mano de Rigel a mi espalda me daba la fuerza para seguir, la confianza de que cuidaría de mí. Todos, cuidarían de mí.
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Rigel - Estrella Errante 1
Science FictionHay personas que sueñan con alzar la mano y tocar el cielo, yo no era una de ellas. Pero aquí estoy ahora, en medio de las estrellas. Siempre escuché eso de NO ESTAMOS SOLOS, pero nunca pensé que me encontraría con la prueba de que era verdad, aunqu...