Caleb era un ser de ningún lugar, que miraba el mundo como una maraña de incomprensión y buscaba afecto en el corazón de los seres humanos, pero ninguno fue capaz de apreciar las canciones de la tierra de nadie.
Nadie hasta la familia que lo acogió... y Nina.
El chico de ojos grises conoció el calor de una familia en ese pueblecito de algún lugar, perdido entre malezas y bosques infinitos.
Había una casa algo lejana, con arboles de cuentos de hadas, flores de fantasía y olor a dulce y amor, que Caleb admiró al instante.
La intuición le permitió acercarse y con sutileza tocó la puerta, que al instante fue abierta por dos niños pequeños envueltos en risas cómplices y felicidad, que le dirigieron una mirada amable.
Se presentó como un chico que no tenía amor ni pasado y una señora grande y con olor a fresas le invitó a ser uno más.
Caleb entró asustado y vio otros tres niños preparando galletas, a un señor con una bebé de ojos oscuros y un chico como él.
En ese momento, entendió su destino y su lugar.
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Cuentos de siempre acabar.
Short StoryHay historias que acaban, que terminan, que sí tienen fin. No por eso son malos, ni tristes; los atardeceres son prueba de que los finales pueden ser hermosos.