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Cuando el chico de ojos grises se alivió de que Nina lo hubiese encontrado, corrió al jardín a verla.

Le explicó su vida y su razón de no volver al tocón o a la ventana, pero Nina nunca dudó de él y con manos sutiles lo guió al interior de la casa de ensueño, pidiéndole que le presentara a quienes lo necesitaron.

Caleb le enseñó a la bebé de sus ojos, que ardía en fiebre y lloraba casi en silencio.

La chica que tanto le miraba pidió permiso con la mirada para acunar a la niña, y con sumo cuidado, sacó de la maleta de recuerdos un brebaje mágico y lavó el rostro de la pequeña de ojos oscuros.

La meció durante un rato, cantándole una canción de cuna llena de amor y así logró dormirle, por lo que la colocó en su sitio de dormir.

Nina se sentó junto a la bebé durmiente y mientras a su alrededor el mundo giraba, ella se dedicó por entero a velar su sueño y cuidarla. 

La señora con olor a fresas confío en ella a ciegas y ordenó seguir los deberes del hogar, permitiéndole a Caleb contemplar a la chica que lo enamoró. No se equivocó, pues por la noche la bebé ya lloraba con fuerza y comía con ánimo.


Cuentos de siempre acabar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora