9 de enero 2020

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9 de enero 2020

Me pone un poco nerviosa el solo pensar lo que dije ayer. Fue la persona que más quise pero tampoco la amé... No he amado a nadie.

Si dijera que nunca he amado en voz alta, ¿alguien me creería? ¿Me dirían loca si afirmo que no sé qué es amar? Yo nunca he amado. Sartre, dice que es una hazaña hacerlo, «se necesita una energía, una generosidad, una ceguera...». Quizás me encuentre carente de eso.

Debo encontrar a alguien con quien compartir mi vida, dice mi familia. Mi madre suele agregar, con cierto dejo de decepción en su semblante, que los años pasan con prisa y no quiere que me quede atrás. "Debes tener hijos", recalca ya no con decepción sino con firmeza. No quiero imaginar su reacción al saber que su hija no espera un príncipe.

¿Y si no quiero ser madre? Cada vez que lo menciono ella estalla en cólera, alega en su defensa que toda mujer solamente se puede sentir realizada al formar una familia.

De esa forma es como lanza los sueños y esperanzas por el balcón; no somos personas, somos un medio para procrear y expandir la raza humana. Pero... ¿expandirla hacia dónde? Si ya estamos por todo el mundo, muriéndonos de hambre, desperdiciando, entre miseria, entre lujos, entre espectros que solo respiran para comportarse como la sociedad o una Institución con tintes prehistóricos y anacrónicos lo desee. ¡Qué ilusos!

Pero volviendo al epicentro del problema, ¿será que existen personas que no sabemos amar? Espero que no. Espero que esa parte esté dormida y que en algún momento decida despertarse. Que miedo produce que una parte tan esencial se encuentre en los brazos de Morfeo. 

AlétheiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora