• Kapitel 16 •

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Ya se habían alejado al menos unos 600 metros de la iglesia y Friederich tenía ganas de regresar corriendo. Pero no podía. Él iba al final de la fila junto al sargento, y su plan era ir quedándose atrás a propósito, para después volver al templo. Pero tenía que hacer que el sargento se alejara para poder hacer eso, así que le habló.

–Señor, ¿Qué tan lejos queda la fábrica?

–Hmm... unos 16 kilómetros al noreste –respondió el sargento con el cigarrillo entre los labios.

–Y... ¿Cómo se supone que Günther y Pedro van a alcanzarnos, si ellos van a Stalingrado? Supongo que tardarán un buen rato... Si llegamos antes a la fábrica ¿Tenemos que esperarlos? No veo tampoco que el oficial Wolff lleve una radio... ¿Cómo nos comunicaremos con la Luftwaffe?

–Supongo que Günther y Pedro traerán la radio.

–Pero... ¿Y si no nos alcanzan? ¿Si algo pasa que ellos no lo logran? ¿Qué vamos a hacer?

El sargento no contestó. Esas preguntas lo habían hecho pensar.

–Tienes razón... –dijo– Le preguntaré a Wolff.

–Señor... –lo llamó Friederich al ver que se alejaba.

El sargento giró la cabeza mirándolo interrogante. Friederich le sonrió, por la expresión en su rostro parecía a punto de llorar.

–Usted es el mejor, señor... –dijo– Fue un honor estar a su lado, de verdad lo aprecio mucho.

–¡Oh tranquilo, no vamos a morir! –el sargento sonrió– Tú también has sido un gran soldado Friederich, siempre estás aquí para nosotros y eso todos lo valoramos.

Friederich tragó saliva y un profundo pesar invadió su alma. Todos sus sentimientos se mezclaron en una tormenta que sacudió su corazón. No. Hoy no estaría ahí para nadie. Las lágrimas fluyeron de sus ojos mientras disminuía la velocidad de sus pasos. Miró una última vez a cada uno de sus compañeros, que avanzaban en silencio. No quería dejarlos. Pero Nina esperaba por él y tampoco quería dejarla. Así que esperó hasta que cruzaron una parte con árboles densos para separarse de los demás. Nadie se dio cuenta cuando se fue.

–¡Oye, Wolff!

–¿Qué quieres, Lötzert?

–¿Y si Günther y Pedro no llegan?

Walter tardó unos segundos en contestar.

–Lo harán –dijo.

–¿Nosotros caminaremos hasta la fábrica? Es decir ¿también de noche?

–No, Lötzert. Hay una granja abandonada a 6 kilómetros de aquí. Si nos damos prisa llegaremos antes de que anochezca, podremos descansar ahí y esperar por mis asistentes. En la mañana seguiremos con la misión.

–Pero... ¿y si no llegan?

–Como dije: en la mañana seguiremos con la misión. Con o sin ellos.

–¿Y con qué te piensas comunicar con la Luftwaffe? No has traído la radio...

–El bombardeo ya está programado.

–¿Y por qué mierda no me dices nada de eso?

–No hay necesidad.

–¡Tengo que estar enterado! ¡Tengo que ver por mis hombres!

Walter le dirigió una mirada cortante, que le daba a entender que tenía que callarse.

–A su posición, sargento. –le ordenó– Y deje de cuestionar.

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