Thiago Pérez, profesor de caligrafía, casaba a su hija Tatyana con el profesor de historia y geografía Esteban González. La fiesta celebraba con tal motivo se desarrollaba como sobre ruedas. En el salón se cantaba, se jugaba y se bailaba. Por las habitaciones iban y venían, como locos,los camareros del club, contratados para la afortunada ocasión, con sus fraques negro y sucias corbatas blancas. Todo era ruido y conversaciones. El profesor de matemática Eduardo Lucero, el francés Augusto Folonsogh y el revisor segundo de la cámara de control egor Paulo Alonso, sentados en un diván, contaban a los reunidos, interrumpiendose mutuamente, casos de enterramiento de personas vivas y manifestaban su opinión sobre el espiritismo. Ninguno de los tres creía en el, pero admitían que en el mundo hay muchas cosas que siempre permanecerán inasequible a la inteligencia humana. En otra pieza, el profesor de literatura, Dodonsky, explicaba las ocasiones en la que el centinela de puesto está facultado para disparar contra los transeúntes. Las conversaciónes, como podemos ver, eran peregrinas, pero muy agradables. Por las ventanas del patio se asomaban gente que por su obsesión social no tenían derecho a encontrarse en el interior. Era media noche en punto cuando thiago, el dueño de la casa, se acercó a la cocina a fin de comprobar si todo estaba dispuesto para la cena. Allí, desde el suelo al techo había un agradable humo compuesto de olores a ganso, patos y a otros muchos manjares. Sobre dos mesas, en artístico desorden, aparecían toda clase de bocadillos y bebidas. Entre las mesas se movía la cocinera Marga, mujer de cara rojiza y vientre voluminoso, partido en dos por el delantal apretado.
- enseñame el esturion madrecita- dijo Thiago frotándose las manos y relamiendoce de gusto-. Siento un olor que resucita a los muertos. Me comería toda la cocina. A ver enseñame el esturion......