Rebeca

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Es lunes por la tarde, el primer lunes de enero y recién salgo de detención, por lo general intento no meterme en tantos problemas y evito detención tanto como puedo, pero bueno, a veces las cosas no salen como se planean.
En mi camino fuera de la prisión escolar decido, en esta ocasión, salir por la puerta trasera. La puerta trasera lleva al patio trasero, más allá se encuentra el campo de futbol americano, y un poco más lejos, la calle, una calle diferente a la que guía la puerta principal, de essta manera el camino a casa será más largo y así no tengo que ver a mi padre inmediatamente y explicarle porque fui a detención, esta vez. ¡Mierda! Aun no llego a casa y ya puedo escucharlo gritando que soy un desastre, una decepción y otras estupideces más. Es tan molesto tener que siempre aparentar ser alguien que no soy para complacer a alguien más.
Mientras atravieso el ancho pasillo a paso lento, algo en mi trayecto me detiene.
Un sonido.
No, no es un simple sonido.
Música.
Una canción.
El trino del diablo.

Mamá solía escuchar música clásica con mucha frecuencia, le encantaba Tartini, siempre que estaba con ella ponía ese tipo de música y me contaba historias interesantes, a las 5 pm era cuando ella encendía el tocadiscos y colocaba discos de sus intérpretes favoritos, era mi hora preferida del día, podía pasar tiempo con mamá, escuchar buen música y conocer historias interesantes. Poco a poco también me comenzó a gustar ese tipo de música, era lo que más nos unía a mamá y a mí, era de las pocas cosas que compartíamos y que mi padre no entendía, el siempre ha dicho que ese tipo de música es vieja y aburrida, pero mamá decía que era magia, y que no todos entendían la magia.
Aún recuerdo la primera vez que escuche el trino del diablo, mamá se emocionó demasiado contándome la historia del violinista y como llegó a componer tan magnífica obra de arte, juro que en ese momento ella parecía la niña, pero era lindo, me gustaba verla así de feliz y emocionada. Ella lucía feliz siempre que hablaba de su amor por la música, y eso me alegraba.
Por puro impulso de curiosidad regreso sobre mis pasos y me asomo por la puerta abierta del salón de música, por el cual había cruzado sin darle mucha importancia hace unos instantes. Jamás había estado en el salón de música, así que me sorprende ligeramente que esté decorado con notas musicales por todas partes, luce elegante e infantil al mismo tiempo, como si niños con buen gusto hubieran decorado el lugar. El salón es más grande de lo que imaginaba, tal vez abarca lo de dos salones, luce muy amplio, las sillas de la sala se localizaban alrededor del salón, dejando el centro libre, los instrumentos se encuentran en una esquina perfectamente ordenados, ni siquiera sabía que contarán con un piano y una batería, no miento, me sorprende que haya demasiados instrumentos, hubiera pensado que solo contaban con flautas y unas cuantas guitarras. En la pared opuesta a la puerta, unos grandes ventanales se extienden desde el suelo hasta el techo, dando una gran vista al patio trasero. Me pregunto ¿cómo se sentirá interpretar música con muchas personas observando?, no sólo quienes estén en el aula, sino también quienes estén en el patio trasero de la escuela y quienes crucen ese mismo pasillo en el que estoy, las personas del clubde música deben sentir muchos nervios cuando deben tocar.
Me recargo contra el marco de la puerta y la observo. En medio del salón, siendo iluminada por los tenues rayos del sol vespertino, se encuentra una silueta esbelta, alta y con un hermoso tono de piel bronceado, su piel parece brillar cuál oro cuando la los rayos de sol acarician su piel; su vestimenta es sencilla, unos ajustados jeans negros, camiseta del mismo color con el logo de alguna banda y, sobre esta, una camisa a cuadros rojo y negro con las mangas arremangada hasta los codos, converse negros y para complementar, una serie del pulseras en su muñeca derecha y un collar plateado con dije de avión de papel pende de su cuello. Su largo cabello se encuentra recogido en un moño alto por lo que es imposible notar las ondas que en este se forman.

Rebeca.

Es una niña de mi clase de inglés con la que no he fraternizado en lo absoluto, no parecemos tener nada en común, así que nunca hemos hablado, ni siquiera un saludo. Ella es la niñita emo, antisocial y sin amigos de la escuela, algunos dicen que es una bruja y demás estupideces, y por otro lado, estoy yo, el mejor anotador del equipo de baloncesto, el mujeriego que no se preocupa por nada más que por él mismo, el chico malo y popular.
Dos mundos diferentes.
La envidio en secreto, ella puede mostrar su personalidad sin importar las críticas que reciba, en cambio yo, no soy capaz de mostrarme como realmente soy. No soy ningún mujeriego, simplemente acepto las citas de las niñas, ellas son quienes han inventado que me he acostado con todas ellas y que luego las bote, las personas dicen que soy un chico malo y molesto a los más débiles, aunque nunca he molestado a nadie, simplemente me reúno con personas que lo hacen, aunque realmente eso no me hace mejor persona, veo como las personas son molestadas y no hago nada, pero bueno, toda mi reputación se basa en mentiras, en complacer a los demás.
El sonido del violín me regresa a la realidad, en realidad Rebeca es muy buena, toca el violín con tanta delicadeza y pasión que puedo sentir cada nota trabajando en armonía con las demás, inundando el salón con un bello sonido; a pesar de que sus están ojos cerrados, denota magnifica y perfecta concentración en tocar cada nota con una gran vivacidad que te transporta a otro mundo, ese es el poder de la música. Es hipnotizante.
Jamás pensé que me encontraría a mí mismo espiando a esta niña que, hasta el momento, no había observado de manera atenta, hay pequeñas cosas que no había notado antes, como sus largas y rizadas pestañas, parece que incluso podrían rosar sus mejillas, sus delgados y finos labios, y la forma en que los juntaba al concentrarse, sus redondas mejillas que le dan una apariencia adorable a su rostro, sus largos y delgados dedos que muestran inmensa destreza al tocar aquel bello instrumento. Su cuerpo tiene una perfecta armonía con respecto a sus proporciones y colores. Debo admitirlo, es una niña muy linda y no lo había notado hasta este momento.
Rebeca abre los ojos, pero sigue ajena a mi presencia; por primera vez me doy cuenta que sus ojos tienen una extraña forma gatuna, y el delineador negro los resaltaba de una manera salvaje. Me gusta.
El pequeño concierto que Rebeca está dando va a culminar pronto, por lo que tengo que abandonar el lugar antes de ser notado. Al pasar de largo unas cuantas puertas escucho como el silencio se hace presente dándome a entender que estaba en lo correcto, ha terminado de tocar.
No le hablo, tampoco pienso hacerlo porque he robado algo muy importante de ella, he tomado un pedazo de su alma, porque eso fue exactamente lo que aprecie, el alma de Rebeca siendo expuesta. Mamá decía que los músicos expresaban sus sentimientos a través de sus obras, que cuando tocaban dejaban una parte de su ser en cada canción, algo que parecía tan simple pero que era realmente algo más complejo, algo que va más allá de lo comprensible para los humanos. Siempre he pensado que las palabras de mamá son verdad, y eso hacía que me sintiera como si hubiera escuchado algo que nunca debía escuchar, como si me hubiera adentrado dentro de su ser y hubiese tomado algo muy preciado.
Aunque esta tarde no compartimos palabras, se sintió como si así hubiera sido, sentí como todos los sentimientos de Rebeca eran trasmitidos con diferentes notas, como si me contara una historia que no debía saber.

Es así como conocí a Rebe.

Es así como todo comienza.

La Violinista Donde viven las historias. Descúbrelo ahora