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La luz del alba comenzaba a caer sobre las lápidas a mi alrededor, mientras que se proyectaba la sombra de los pocos árboles, demostrando así, que el día había comenzado. Casi sin darme cuenta, pasé toda la noche allí, rodeada de otros muertos, pensando en la feliz vida que tuve. Lo anhelaba más que nunca, pero con melancolía, al saber que jamás podría regresar a eso. Pero al menos, había tenido la oportunidad de vivir momentos buenos.

Mi espalda estaba pegada al suelo, mis ojos clavados en el sol de la mañana ya que esto no me afectaba más como cuando tenía un cuerpo, y mi mente divagando por distintos recuerdos. Alguien se sentó a mi lado en silencio, y aun así, no corrí los ojos del sol. Este me cegaba un tanto, por lo cual, mirando de reojo a aquella persona, no podría diferenciar su silueta. La mano de aquel desconocido, o desconocida, comenzó a recorrer suavemente mi cabeza, enterrando sus dedos en mi cabellera.

Me incorporé rápidamente y lo miré. En ese momento no lo podía creer, pero así era. Frank Iero estaba a mi lado sentado.

— ¡Frankie! —chillé saltando a sus brazos, creyendo tener lágrimas en mis ojos, pero no era así.

—Ali… —susurró apretando más sus brazos sobre mi espalda. — ¿Qué pasó? ¿Por qué no estás en tu casa?

—Y-yo… —no podía decírselo. ¿Cómo le haría entender que estaba muerta también, pero que esa era la última vez que nos veríamos?

— ¿Qué pasa? Me preocupás… ¿Por qué pintaste tus labios color negro? ¿Estás bien?

Bajé la mirada instintivamente al separarnos un poco. Mordí mis labios, y junté mis manos.

—No… yo no estoy en casa porque, —tomé un largo tiempo para respirar, aunque sabía que no era necesario. Solo lo hacía por costumbre. —me suicidé Frank. Me maté. Lo hice ayer.

Levanté la vista, y me encontré con sus ojos abiertos al tope. Se notaba su estupefacción al enterarse. Y no podía esperar menos de su parte.

— ¿Por qué hiciste algo así?

—No tenía nada por lo cual vivir. Quería seguirte, quería estar con vos. Pero me salió mal. No vamos a poder estar juntos nunca más. —bajé nuevamente la mirada, y quedé en silencio esperando su reacción.

— ¿Nunca?

—Nunca.

—Este es nuestro último día juntos, Frank.

— ¿Por qué? —inquirió algo molesto, triste, decepcionado. Su tono de voz decía mucho, y además, lo conocía demasiado como para tener una idea de lo que pensaba.

Así fue como comencé con la larga explicación de lo pasado el día anterior, junto con las explicaciones dadas por Beatrice.

—Perdón Frank. Arruiné todo. Por no conformarme con verte unas pocas veces, me quedé sin nada. Sin alma siquiera. No sirvo ni para eso.

Sus brazos rodearon mi cintura, acercándome más a sí y sus labios rozaron los míos suavemente en un comienzo, para luego profundizar lentamente el beso. Se sentía como siempre. Se sentía como en casa, aun sabiendo que no era así.

—-si me decís que esta es la última vez que nos vemos, entonces hay algo que quisiera hacer, además de no separarme ni un segundo de vos.

—Decime. Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa, después de todo, esto es mi culpa.

—Deja de culparte Alice. Hiciste lo que creíste mejor en el momento, y yo no te culpo por eso. Es más, estoy completamente orgulloso de la mujer que elegí para el resto de mi existencia. Porque siempre fuiste la única, y siempre lo vas a ser. De eso no hay ninguna duda. Y nunca me arrepentiría de eso, porque aun así, yo te sigo eligiendo a vos, aunque cometas errores, aunque no hayas tenido la fortaleza de seguir con vida. Porque vos sos mi mujer, y siempre lo serás. —tomó mis dos manos entre las suyas, y me dedicó una sonrisa tierna. —Alice, en este día que aún nos queda, ¿Me concederías el honor de casarte conmigo?

Agonía eterna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora