Capitulo único.

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Sus ojos se abrieron instintivamente, tenía la boca con un sabor y olor pesado que le irritaba, tanto como su vista borrosa que estaba tratando de enfocar, mientras se ponía su uniforme de invierno, su cabello estaba revoltoso, se cepillo los dientes, dedicándole menos tiempo del que generalmente le daba, y apenas si le dio más de tres acicaladas a su hebras doradas.

Alzo el rostro y volvió a inhalar esa sustancia que parecía oculta, ¿Qué mierda? Gruño y salió de la residencia con explosiones, volando por los aires mientras comenzaba una búsqueda frenética entre las calles de la ciudad, su nariz seguía tratando de averiguar qué era lo que lo mantenía tan alterado. Con los nervios de punta, cada parte de su piel cosquilleando y su cuello ardiendo, había algo en el aire —porque por todos los demonios, se negaba a aceptar que se estaba volviendo loco. —que lo había golpeado como una peculiaridad que afectaba su comportamiento.

Sabía de antemano que sus ojos debían estar dilatados, porque sus colmillos estaban picando más de lo usual, también sabía que no estaba entrando en celo. Cuando entraba en celo todo le molestaba más de lo habitual, se ponía agresivo porque, como si fuese un ser delicado, quería cariños y toda esa basura de mimos.

Aterrizo en alguna ciudad donde la conglomeración de destrozos y humo venia de no muy lejos donde había aterrizado, camino entre la multitud de personas, siendo empujado e interrogado por los reporteros entrometidos. Cuando se deshizo de ellos, entre gruñidos y exclamaciones de "muere", puso una mano en la cinta policiaca, porque aún había algo que lo impulsaba a seguir hacia adelante y buscar quien sabe qué. Una pistola se había puesto bajo su mandíbula, empujando su cara hacia arriba mientras que su mano arrugaba la maldita cinta amarilla ¡Quien se atrevía a ponerle un dedo encima en esta situación, más aun, ¿Quién lo amenazaba con una Glock 29?!

—Esto ya es territorio de la policía, Great Explosion Murder God Dynamite. —

Esa voz, esa jodida voz de sus pesadillas había vuelto, gruño, y cada parte de su cuerpo se tensó antes de lanzar con su mano izquierda una explosión hacia ese revoltijo de pelo verde. Para su sorpresa, este de un salto lo esquivo, se dio la vuelta lo más rápido que pudo, y término esquivando apenas una patada en sus costillas. Era Deku, ¡Era deku brillante y con un uniforme de superhéroe! Jodido día de mierda, se hubiese quedado en su casa quejándose de su día libre obligado, porque ahora quería romperle la cara a ese nerd de mierda por alterar cada fibra de su existencia. De nuevo, como siempre.

Y, aunque solo podía ver una pupila verde asomada por esa fea mascara, esta estaba calando en lo más profundo de sus huesos, revolviendo sus entrañas hasta darle unos escalofríos que poco faltaba para que se volvieran en arcadas, destinadas a vomitar hasta lo último de su podrido ser. Sentía que estaba sudando demasiado, aunque su cuerpo estuviese totalmente quieto, porque para ese momento todo parecía estar en movimiento, escapándosele por la punta de sus dedos conjunto a explosiones pequeñas e involuntarias, que delataban su poco control sobre su mismo.

— ¡Midori-...! ¡Deku!— Llamo algún extra detrás suyo, destinado a captar, y a alejar, la atención del omega de su persona. Conocía esa voz. Ingenium. Por alguna razón que desconocía, ellos, él, conocía muy amistosamente al de greñas verdes.

— ¡Voy, Ingenium! — Rio, escuchando los regaños serios, pero divertidos, de Tenya, por tomar un arma que no era de su pertenencia, sino del cuerpo policial. Paso a un lado de Bakugou, sin darle mayor protagonismo.

— ¡Deku! — Gruño. Girándose a ver como esa espalda se alejaba de sus manos. Esta vez, realmente le dolió cada paso que daba lejos de él, tanto como el saber que aún era incapaz de detectar cualquier aroma, pase a que deseaba en lo más profundo hundirse en aquel aroma que sabía era único. En cambio, solo recibió una mirada que no trasmitía nada.

Entonces, poco a poco dejo de poder respirar. Entonces poco a poco su alrededor se estaba volviendo confuso, lleno de gritos y bululú sin sentido, y sabia, lo supo siempre, que toda la mierda de la que estaba rodeado fue provocada por sus decisiones. Que por su culpa, ya no existía un kacchan bueno, que por su culpa el mejor héroe que el mundo pudiera necesitar no había conocido la luz. Despertó una vez más, con la respiración agitada y el olor a dulce quemado y humo rodeándolo.

¿Aquí estaba...? Porque no soportaba la idea de despertar una tras otra vez en una pesadilla consecutiva, donde su mundo se caía a pedazos, mientras él una y otra vez estaba en un mundo solitario y caótico, tal vez uno peor que el otro.

Froto su mano en su rostro, parando el rio de lágrimas que descendía de sus ojos por sus cachetes y miro su muñeca. Había una frase, de su alma gemela, era gracioso porque todo lo que podía ver cada vez que trataba de pegar el ojo, eran los errores consecutivos que había cometido en sus vidas pasadas, de cómo dejo ir a su omega y destinado por un complejo inútil de inferioridad impuesta por él —Incluso cuando lo había marcado, a lo que ni siquiera se detuvo por los ojos mallugados del contrario—, de cómo lo maltrato y le dijo que se suicidara para obtener algo tan frívolo como una particularidad. Solo le quedaban las ganas de echarse a llorar como el idiota que sabía que era, porque por más que quisiera, por más que estiraba su mano no lograba alcanzar el coraje necesario para refugiarse en esa dulce persona, ¡Por el amor a Dios! Ese pecoso, que aún no se había cruzado en esta vida, era quien debía de refugiarse de un monstro como él.

Gimió, hundiendo su cara entre las almohadas impregnadas en su propio olor, tratando de darle un pequeño descanso a su mente, divagando. Dejando que su brazo marcado se deslizara fuera de la cama, dando una pequeña vista al:

"¡Genial, kacchan!"       

"¡Genial, kacchan!"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora