Capítulo 8: En la guerra y en el amor, todo vale

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Ajustó el vestido de seda al escultural cuerpo de la modelo que tenía delante, tal como el diseñador de quien era ayudante se lo había pedido. Con la ayuda de unos cuantos alfileres y sujetadores logró hacer el mismo efecto que se veía en el dibujo original. Se agachó y con las manos levantó la gasa bajo la suave tela para darle más volumen a la caída y se alejó del cuadro para que pudieran fotografiar a la mujer.

Suspiró con las manos en las caderas, esperando que le dieran cualquier otra instrucción y mientras lo hacía, pensaba en lo realizada que se sentía al estar ahí. Mañana cumpliría una semana en la ciudad y hace 4 días había comenzado a trabajar en la prestigiosa casa de modas donde ahora se encontraba. La experiencia estaba resultando más agradable de lo que imaginó, el trabajo era fantástico, las personas eran amables y la empresa le dio un lindo departamento en el centro de la ciudad, con una hermosa vista a los campos elíseos. Todo parecía marchar sobre ruedas... Todo excepto el hecho de que su novio no se había comunicado con ella desde que se subió al avión.

Le dolía el corazón solo pensar en Christopher y en la actitud que estaba tomando con ella. No podía explicarse como él podía estar echando por la borda 9 años de relación por un pequeño problema de comunicación. Comprendía que se hubiese sentido pasado a llevar, al enterarse de pronto que el viaje duraría más de la cuenta, pero no al punto de ignorarla como lo estaba haciendo. A veces sentía que debería llamarlo por teléfono, para saber qué es lo que estaba pasando por su cabeza, pero cuando estaba a punto de marcar su número, se arrepentía. Primero por orgullo, pues sentía que el que debía preocuparse por ella y por cómo había llegado, era él; segundo porque tenía terror de que él la rechazara y finalmente diera por terminada su relación. Christopher había sido su primer novio, y si lo pensaba mejor, su primer todo. Imaginar la vida sin él le resultaba inimaginable.

—Anahí.

La rubia volteó al escuchar su nombre y notó que quien la había llamado había sido Alfonso, el fotógrafo a cargo de la sesión. El apuesto hombre, de pelo negro rizado y tez trigueña, le hizo un seña para que se acercara a él, mientras revisaba la pantalla de una laptop conectada a la cámara con la que capturaba a las modelos.

Una extraña sensación le invadió el estómago mientras se acercaba al fotógrafo. Alfonso, o Poncho, como había insistido en que lo llamara, se había encargado de recibirla en el aeropuerto, le había mostrado el departamento que le habían asignado y también la empresa donde trabajaría. Había sido muy amable con ella desde que llegó a París y sería una mentirosa si no aceptara que la hacía sentir nerviosa cada vez que estaban cerca. Podía ser esa sonrisa encantadora que le regalaba cuando se veían o esa masculinidad que emanaba de forma inconsciente. Fuera lo que fuera, la dejaba intranquila y con una percepción de estar haciendo algo mal.

—¿Te gustan? —le preguntó Poncho, enseñándole la pantalla. Anahí se acercó e hizo una mueca involuntaria.

—Si, están increíbles —dijo con toda la convicción que podía. Poncho la miró y soltó una carcajada que la hizo sonrojar.

—Puedes ser sincera —se giró para verla de frente y posó sus manos en los hombros de la rubia—. Imagina que este es uno de tus diseños, ¿cómo podríamos lograr sacarle el máximo provecho en una fotografía?

Anahí sonrió involuntariamente ante el contacto de su compañero, pues el calor que emanaba de sus manos la hacía sentir especial. No pudo evitar comparar cómo se sentía ahora, con cómo se sentía cuando Christopher la tocaba y la respuesta, ciertamente, la desconcertaba.

—Creo que si tomas la foto desde abajo, sacaremos más partido del corte del vestido y los detalles del costado —respondió con timidez.

Poncho asintió con la cabeza y dirigió la sesión como Annie le había propuesto. Mientras él tomaba las fotografías, Anahí se acercó a los maniquíes con los vestidos que serían exhibidos a continuación, para hacer los ajustes correspondientes. Al tiempo que lo hacía, sentía la mirada de Alfonso sobre ella y cuando volteó a mirarlo por fin, él le regaló una sonrisa que casi la hace desmayar y a la cual solo pudo responder de igual forma.

Ella o yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora