EPÍLOGO

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Un peculiar calor me envuelve, uno que sin poder evitarlo me despierta de golpe.

El olor a humo y a madera quemada es lo primero que percibo al intentar abrir los ojos. A diferencia de como suele ser, el suelo en el que estoy tendida es caliente, y eso, me preocupa.

Tardo un tiempo en acostumbrarme a la fuerte luz que penetra a través de lo que parecen ser barrotes, y temo de repente, por estar en la cárcel.

Me levanto entonces atacada, con los músculos totalmente agarrotados y con un malestar que me nubla la mente cuando me muevo tan rápido.

En efecto, encontrarme encerrada en una especie de jaula hace que mi corazón, aparentemente no sintiéndolo, parezca acelerarse. En una situación normal, por lo menos lo habría hecho. Pero no está más acelerado que antes, porque simplemente no noto aquel constante latido que llegaba anteriormente a mis oídos.

Me llevo la mano al pecho, incapaz de creer de repente que lo que veo sea realidad, y cuando no noto movimiento alguno en él, pienso en lo más lógico. Estoy soñando.

Eso explicaría las llamas que rodean la jaula en la que estoy encerrada, pero no comprendo el hecho de las demás jaulas.

Hay un pasillo flotante de piedra carbonizada que conecta cada una de las puertas, y me sorprende a mí misma mi propia imaginación.

Escucho los gruñidos de los diversos monstruos que están en mi misma situación, algunos no tan monstruos, simulando parecer simples humanos con cuernos y de piel rojiza, tal vez acalorados.

La jaula se mueve cuando me atrevo a moverme dentro de ella, y eso solo hace que me aferre a los ardientes barrotes de ésta cuando creo que la caja gigante va a caer. Miro por entre las barras de hierro y algo en mi cabeza me dice que no es bueno que haya tanta altura, y sobre todo que lo que se vea abajo sea lava borboteando con fiereza.

No me siento de ninguna forma, sin embargo. Es como estar en un extraño trance que no me deja ni preocuparme, ni sentir miedo a caerme ni nada. Simplemente, estoy despierta.

El humo que surge de entre los barrotes me hace toser por un momento, pero más bien por inercia que por necesidad. Mis ojos tardan un poco en adaptarse una vez más al extraño lugar, pero cuando lo hago, me obligo a entrecerrar los ojos cuando diviso una sombra tras el humo que sube desde el río de lava.

Cuando la humareda espesa se disuelve lo suficiente como para que el chico que se acerca pueda ser reconocido, sonrío.

No siento nada así como la felicidad que normalmente siento al ver a Darío Raeken, pero sonrío por haber anticipado que él aparecería, como de costumbre, en mis sueños.

Me acerco de rodillas sin soltar las barras hacia él cuando me mira con seriedad.

Se acuclilla ante mí, y se atreve a observar mi rostro a detalle cuando sus dedos rozan con delicadeza mi mejilla.

Sonrío con sinceridad, solo porque algo me hace hacerlo.

—Darío...—Susurro contra la cálida piel de su mano en mi mejilla.

Él aprieta su mandíbula.

—¿Por qué lo hiciste, Malia?—Pregunta con frialdad, haciendo que mi sonrisa se desvanezca.—¿Por qué me hiciste eso?

Frunzo el ceño sin entender, sin soltar su mano, sin embargo, porque después de haber pasado tanto tiempo sobre estas lavas ardientes, su mano se siente extrañamente fresca contra mi piel.

—¿A qué te refieres?—Pregunto confusa.

Él suspira.

—¿Dónde crees que estás, Malia?—Su voz es ronca y fría, nada comparado con cómo suele hablarme.

HELLHOUND | Libro I ¡YA A LA VENTA! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora