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Me miro en el espejo y frunzo el ceño, frustrado. Qué asco de pelo. No hay manera con él. Y maldita sea Park Jimin, que se ha puesto enfermo y me ha metido en este lío. Tendría que estar estudiando para los exámenes finales, que son la semana que viene, pero aquí estoy, intentando hacer algo con mi pelo. No debo meterme en la cama con el pelo mojado. No debo meterme en la cama con el pelo mojado. Recito varias veces este mantra mientras intento una vez más controlarlo con el cepillo. Me desespero, pongo los ojos en blanco, después observo al chico pálida, de pelo castaño y ojos azules exageradamente grandes que me mira, y me rindo. Mi única opción es arreglarme un poco con la peineta y confiar en estar medio presentable.

Jimin es mi compañero de piso, y ha tenido que pillar un resfriado precisamente hoy. Por eso no puede ir a la entrevista que había concertado para la revista de la facultad con un megaempresario del que yo nunca había oído hablar. Así que va a tocarme a mí. Tengo que estudiar para los exámenes finales, tengo que terminar un trabajo y se suponía que a eso iba a dedicarme esta tarde, pero no. Lo que voy a hacer esta tarde es conducir más de doscientos kilómetros hasta el centro de Seattle para reunirme con el enigmático presidente de Jeon Enterprises Holdings, Inc. Como empresario excepcional y principal mecenas de nuestra universidad, su tiempo es extraordinariamente valioso —mucho más que el mío—, pero ha concedido una entrevista a Jimin. Un bombazo, según él. Malditas sean sus actividades extraacadémicas.

Jimin está acurrucado en el sofá del salón.

—Tae, lo siento. Tardé nueve meses en conseguir esta entrevista. Si pido que me cambien el día, tendré que esperar otros seis meses, y para entonces los dos estaremos graduados. Soy él responsable de la revista, así que no puedo echarlo todo a perder. Por favor... —me suplica Jimin con voz ronca por el resfriado.

¿Cómo lo hace? Incluso enfermo está guapísimo, realmente atractivo, con su pelo rubio rojizo perfectamente peinado y sus brillantes ojos claros, aunque ahora los tiene rojos y llorosos. Paso por alto la inoportuna punzada de lástima que me inspira.

—Claro que iré, Jimin. Vuelve a la cama. ¿Quieres una aspirina o un paracetamol?

—Un paracetamol, por favor. Aquí tienes las preguntas y la grabadora. Solo tienes que apretar aquí. Y toma notas. Luego ya lo transcribiré todo.

—No sé nada de él —murmuro intentando en vano reprimir el pánico, que es cada vez mayor.

—Te harás una idea por las preguntas. Sal ya. El viaje es largo. No quiero que llegues tarde.

—Vale, me voy. Vuelve a la cama. Te he preparado una sopa para que te la calientes después.

Le miro con cariño. Solo haría algo así por ti, Jimin.

—Sí, lo haré. Suerte. Y gracias, Tae. Me has salvado la vida, para variar.

Cojo el bolso, le lanzo una sonrisa y me dirijo al coche. No puedo creerme que me haya dejado convencer, pero Jimin es capaz de convencer a cualquiera de lo que sea. Será un excelente periodista. Sabe expresarse y discutir, es fuerte, convincente y guapo. Y es mi mejor amigo.

Apenas hay tráfico cuando salgo de Vancouver, Washington, en dirección a la interestatal 5. Es temprano y no tengo que estar en Seattle hasta las dos del mediodía. Por suerte, Jimin me ha dejado su Mercedes CLK. No tengo nada claro que pudiera llegar a tiempo con Wanda, mi viejo Volkswagen Escarabajo. Conducir el Mercedes es muy agradable. Piso con fuerza el acelerador, y los kilómetros pasan volando.

Me dirijo a la sede principal de la multinacional del señor Jeon, un enorme edificio de veinte plantas, una fantasía arquitectónica, todo él de vidrio y acero, y con las palabras JEON HOUSE en un discreto tono metálico en las puertas acristaladas de la entrada. Son las dos menos cuarto cuando llego. Entro en el inmenso —y francamente intimidante— vestíbulo de vidrio, acero y piedra blanca, muy aliviado por no haber llegado tarde.

KOOKVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora