8: A mí ya me has perdido

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 Nicole Campbell

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 Nicole Campbell

Estoy en una posición muy íntima con Adam. Sus fuertes brazos me rodean y me transmiten seguridad, enviando corrientes de electricidad a todas mis terminaciones nerviosas. Su delicioso perfume me reconforta, me hace sentir como en casa.

No creía posible encontrar en él rastros de amabilidad, después de la arrogancia que mostró la noche anterior.

Mi corazón late acelerado, y me asusta que Adam pueda escucharlo. Su camiseta está sudada; sin embargo, eso no es algo que me importe. Por un momento lo que ocurrió con Mariana se vuelve un segundo plano, y solo estamos él y yo, su cuerpo junto al mío, unidos en un abrazo. Un celular comienza a sonar, y reconozco que no es el mío. Adam se aparta despacio, y coloca un mechón de cabello detrás de mi oreja antes de contestar

—Bro, hasta que por fin me llamas —le escucho decir a quien sea que esté al teléfono—. ¿Adelantaron el vuelo? Okey, pasaré a buscarte en una hora. —Ahora habla dirigiéndose a mí—. Nicole, tengo que salir.

Demasiado había durado la magia, nosotros no estamos hechos para los finales felices, eso es para los cuentos infantiles.

Nosotros nos damos de bruces cientos de veces contra el mismo muro, ese invisible ante nuestros ojos, pero resistente para todas las pequeñas posibilidades que tenemos de estar cerca el uno del otro.

Limpio las lágrimas de mi rostro, no pretendo seguir mostrando debilidad.

Decidida a llegar a mi casa comienzo a caminar, dejando a Adam mirándome confundido. Sostiene mi brazo derecho, y se posiciona frente a mí, bloqueando mi paso.

—¿Puedes dejarme ir?

—No, Nicole. No pienso dejarte ir hasta que me digas por qué estabas llorando —la determinación en su tono de voz me confirma que no lo dice en broma.

—Adam, no tengo razones para decírtelo. Es mi vida, son mis problemas, y nada de eso es asunto tuyo.

—Esta vez lo dejaré pasar, enana; pero si en otra ocasión te vuelvo a ver llorar, no me quedaré de brazos cruzados y averiguaré quien ha sido el responsable.

—No es necesario Adam, yo puedo cuidarme sola —digo cortante.

—Muy bien, Enana. Veamos cuanto te dura el berrinche.

Me suelta y cruza la calle. Entra en su casa sin mirar atrás y yo hago lo mismo. Al llegar a mi casa subo las escaleras hasta mi habitación, sin detenerme ni un segundo.

Me tumbo en la cama y cubro mi rostro con la almohada, para ahogar en ella las lágrimas por lo sucedido con Mariana, y los cambios tan repentinos de Adam.

Tenía que irse, entonces, ¿Por qué tanto interés en mis problemas? ¿por qué insistió si no iba a quedarse?

Comienzo a llorar más fuerte, los sollozos se escapan sin que pueda reprimirlos. Paso tanto tiempo en la misma posición, que siento mis brazos entumecerse. Me levanto sin ánimos y voy hacia la ducha, me desvisto y dejo que el agua fría corra por mi cuerpo. Cuando ya he tenido suficiente, me envuelvo en una toalla y regreso a mi cama, donde me acuesto, aún mojada, y me quedo profundamente dormida.  

***

Un golpeteo continuo en la puerta, y el timbre sonando de manera insistente me hacen despertar. El dolor de cabeza no tarda en aparecer, y con mucha pereza salgo de la cama. Las ventanas de la habitación están abiertas, dejando entrar el resplandeciente sol.

No tengo idea de cuantas horas dormí, pero ya debe ser pasado el mediodía. Intento recoger mi cabello en una coleta, pero los mechones se enredan de tal forma en mi mano que es imposible, me doy por vencida y lo dejo suelto, molestando en la piel de mi cuello. Reparo en que aún estoy envuelta en la toalla. Busco ropa interior limpia, unos pantalones cortos y la primera camiseta de tirantes que encuentro. Me visto y bajo rápido las escaleras, para recibir a quien sea que esté tocando.

—Nicole, me dejaste muy preocupada. Te marcharte sin avisar —dice Mariana en cuanto abro la puerta.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, incrédula ante su visita porque no es posible tener tanto descaro.
—Vine a verte. Temía que hubiera pasado algo.

—Estás en lo cierto, algo pasó. —Mis palabras son frías y cortantes, causando que el rostro de Mariana se descomponga en una mueca de tristeza.

—Niki, sabes que puedes confiar en mí. Dime, ¿qué ocurre? —Intenta tomarme de las manos; pero la aparto de un empujón.

—¿¡De verdad necesitas que te diga lo que ocurre?!— grito, presa de la furia.

—Si, necesito que me lo digas para poder comprenderte.

—Bien, entonces, explícame, ¿por qué Jake llamaba a tu celular esta mañana y te decía preciosa?

—Yo...yo... no es lo que parece Nicole —trata de justificarse con palabras incoherentes.

—Mariana, esa frase está muy usada y nunca se ha demostrado que sea efectiva. ¡Vi su mensaje!

—Nicole, yo no sabía que ustedes seguían viéndose. Él siempre dijo que no existía nada ustedes. —Las lágrimas caen de sus ojos, bañando su rostro lleno de culpabilidad. Duele mucho verla así y no poder hacer nada, porque es ella la causante de todo esto—. Te lo juro Nicole, eres mi amiga ¿Me crees capaz de hacer algo así?

—Ese es el problema, que no tengo nada que pruebe tus palabras. ¿Te costaba tanto decirme? ¿Es acaso él más importante que nuestra amistad?

—Nadie lo sabía, porque no teníamos nada formal. Jake nunca quiso ir más allá, siempre decía que debíamos tomarnos nuestra relación con calma, para no arruinarlo. Tú y Ashley son todo para mí, no haría nada que me llevara a perderlas.

—Lo siento Mariana, pero no puedo creerte. A mí ya me has perdido —pronuncio débilmente.

Cierro la puerta, dejando del otro lado a una amistad de tantos años arruinada por un chico, un estúpido chico. Me tiro en el sofá y rompo en llanto nuevamente, sin creer que todos los acontecimientos de día hayan sido reales.

Recuerdo el pacto que hicimos las chicas y yo cuando nos conocimos, nuestra amistad sería tan clara como el agua, tan fuerte como el hierro y duradera hasta la eternidad. Nunca imaginé que sería Mariana quién rompería esa promesa.

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Te quiero para mí [EN FÍSICO]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora