Capítulo IX: Quererse a uno mismo.
Una tarde de marzo en algún lugar del mundo.
Daniella.
Transportes públicos.
No me gustan, ni creo subirme a uno sola en mi vida. Las únicas veces que me subí a uno fue con Marina, o con mi padre. Más nunca sola.
Respeto a la gente que trabaja allí, porque son personas honradas que se ganan el dinero justamente. Ellos no son el problema.
El problema es lo que implica subirse a un transporte público.
Las miradas, los momentos incomodos, los comentarios fuera de lugar, hablar con desconocidos, tener que pagar y equivocarte o contar el dinero demasiado lento.
Prefiero caminar, gracias.
—Necesitamos ahorrar para comprar una isla.
Marina deja los auriculares a un lado, le repito lo que dije y me mira frunciendo el ceño.
—¿Por qué compraríamos una isla?
—Para que yo pueda caminar sin tener miedo a que me secuestren.
Ella suelta una carcajada pero a mí no me hace gracia. Yo hablo en serio.
Si tuviera una isla para nosotras podría vivir mi vida como quiero, aunque si él está allí no me molestaría para nada.
—Jamás ahorraremos lo suficiente como para comprar una isla, nena.
—Vamos, Mar. Al menos intentémoslo. —insisto sacando un papel de mi mochila y un marcador.
Ahorros para la isla.
—Dani, no es por ser pesimista, pero lo que tu quieres es sencillamente imposible.
—¿Nunca pensaste en salir de aquí? ¿A otro país?
Como Francia, quizá.
—No, porque yo tengo los pies pegados al suelo. Yo nací aquí y aquí moriré.
Suelto un suspiro. Tiene razón, no es ser pesimista, es ser franca con uno mismo. Guardo mis cosas de regreso a mi bolso. Salir de aquí solo será un sueño frustrado agregado a mi lista.
Así como casarme con Robert Pattinson.
—Nena. —me llama dándole una mordida a su dona. —¿Por qué dé repente estás tan soñadora?
Porque todo el fin de semana estuve con un chico que me ha enseñado que nada es imposible y tal vez ese tumor me haya contagiado un poco de su entusiasmo por el futuro.
—No estoy soñadora, solo son preguntas que se me vienen a la cabeza.
—Ya, claro. —dice mirándome de reojo, llevo mi alfajor a la boca y le doy una mordida nerviosa. —¿Cuándo es tu toque de queda?
—Cinco, papá llega a más tardar a las siete.
Ella se detiene de golpe con los ojos abiertos. —Salimos de mi casa a las cinco, nena.
Mi corazón empieza a latir de prisa y mi respiración se acelera.
Por favor que él no esté.
Hoy Polaris tenía reunión después de la escuela, mamá la acompañó y ellas llegarían a las seis; mi plan era recoger unos apuntes de la casa de Marina para después tal vez —solo tal vez. —salir a caminar hasta las cuatro y media, luego alcanzar a mamá en la casa de la compañera de mi hermana.
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Cuando lo conocí ©
Ficção AdolescenteA Daniella le gusta escribir. A Azazel le gusta fumar. Daniella estudiará medicina. Azazel estudiará administración. Daniella es tímida. Azazel solo quiere besarla. ¿Qué tienen en común? Ambos tienen un pasado que olvidar y un futuro que afron...