Prólogo

2 0 0
                                    

La Marea Baja.

"Más maravilloso que el conocimiento de los sabios hombres viejos y el conocimiento de los libros, es el conocimiento secreto del océano". H.P. Lovecraft (1890-1937).


Mar mediterráneo, cerca de Ibiza. Sábado 30 de octubre de 1993. 3:01 a.m.

Atenebré mi alma al momento de nacer, pues desconfié de la voluntad de mi propia sangre. Con la señal protegida por los candiles que resaltan el cosmos, actuó la noche como mi confidente al escapar del mundo bajo mis pies en un salto abrupto sobre la mar. Las olas agitaron el suelo hasta crear un desaliento, como el de un niño al no encontrar el regazo de su madre en una noche de tormenta. Con el susurro en mi nuca me lo dijo, aquello, y miré la niebla partir en dos el horizonte del que él venía.

Una ola, un muro de agua ascendió hasta la luna del cuarto menguante con destino declarado hacia mi barco; con gritos de almas en pena que desquebrajan los huesos. Erizó mi piel, retorció mi estómago, con la cruz en mi pecho llorando fuego. De entre todos los lugares en la embarcación el timón me brindó mayor esperanza, cuando creí vivir mi último aliento. Corrí hacia el umbral, resbalé penosamente y me quedé inmóvil con los brazos sobre la nuca.

Rodeado por los peces que saltaban del mar gritando mi destino, no pedí perdón por mis crímenes, y así caminé tambaleando en el vaivén de mi horror. Con el profundo deseo de mirar el amanecer recé a mi Dios, supliqué por su manto de sangre y el barco tomó marcha, como si por un milagro la mecánica reviviera con el movimiento ondulante e incesante. Con el motor a máxima velocidad dejé atrás las redes. Con las manos en el timón busqué puerto.

—¡La marea! Viene una gran ola —grité a todas las embarcaciones en mi camino hacia la costa, mientras me abría paso entre los cadáveres que flotan sobre el agua. Seguí en busca del puente de piedra sobre el canal, más allá del puerto, donde Camile me indicaba volver hace tan solo unas horas antes.

Me miraron desconcertados sin entender mi mensaje con luz y voces. Era aún más confuso para los lugareños, que para mí. Tan solo uno, uno de entre todos ellos, el más sensato y sabio entendió mi prisa por lo que con un catalejo miró el rostro de la muerte que me siguió hasta la isla.

—¡Viene una! Una terrible... —afirmó él, quien al igual que yo pensó cruzar el canal hasta lo más profundo, en busca de refugio dentro la isla.

No se trató de un marinero ebrio con la mirada perdida en sus recuerdos melancólicos, ni de un evento común marcado en el calendario que se repite cada luna. Aquel enorme muro regresaría la mayor parte de las Baleares a lo profundo del mediterráneo, sin que nadie fuera capaz de detenerlo.

La marea bajaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora