IntroducciónLa ventana permanecía abierta y el aire fresco de aquella primavera se colaba por esta; afuera llovía ligero y los pájaros cantaban sobre las copas de los árboles; adentro era otra historia, Gabriel ya se había despertado y estaba absorto mirando dormir a su mejor amigo. Mateo seguía durmiendo plácidamente, como sumido en un profundo coma.
A Gabriel le gustaban mucho las pecas en los hombros desnudos del otro; su nariz recta, un poco larga, pero bonita; sus ojos alargados y verdes, circundados por infinitas pestañas negras; incluso le gustaba su cabello algo largo, mismo que siempre peinaba hacia atrás para verse más rebelde de lo que en realidad era.
Gabriel suspiró sin dejar de mirarlo. Tenía una sonrisa bobalicona que nadie podía borrarle en ese momento. Se habían dormido hasta las tres de la madrugada jugando en la antigua consola Nintendo del hermano mayor de Mateo. Todo un descubrimiento para ellos, una reliquia invaluable.
—¡Auch! —exclamó Gabriel cuando, sin esperarlo, Mateo abrió los ojos y le metió un doloroso pellizco en la tetilla izquierda.
—¿Por qué me mirabas como si quisieras asesinarme mientras dormía?
Gabriel que, todavía se sobaba la tetilla, soltó una risita divertida mientras el otro reía a su vez que lo agarraba a almohadazos. Lucharon un poco más de tres minutos hasta que alguien llamó a la puerta, era el padrastro de Mateo. Los dos guardaron distancia y se quedaron expectantes cuando el hombre se asomó para avisarles:
—Dice tu mamá que ya está la comida. ¿A qué hora se durmieron anoche?
—Tarde —respondió Mateo.
—Imagino que sí porque ya son las dos y ustedes seguían con el culo pa'rriba. —Ambos chicos sonrieron—. Tu mamá llamó un par de veces, Gabriel —se dirigió al otro y este le asintió—; dijo que la llames si vas a quedarte a vivir con nosotros, que no seas un irresponsable.
El muchacho se rio.
—Ahora mismo la llamo, señor Flores.
—Bien. Y ya bajen a comer, par de huevones.
El hombre se retiró con una sonrisa y un guiño de ojo que le brindó a su hijastro. A Gabriel le parecía un hombre alivianado, buena onda. Era quizás por ser tan joven, pero en los años que llevaba de amistad con Mateo nunca se había portado mal con ninguno de los dos.
Gabriel se pasaba gran parte de sus días en casa de Mateo porque no le gustaba estar solo en su propio hogar. Su madre trabajaba casi todo el día y su padre había fallecido hacía algunos años; él ya no tenía muchos recuerdos de su viejo porque entonces, cuando ocurrió el accidente en la planta, tan solo contaba con dos años y medio.
—Oye, no es mala idea eso de que te vengas a vivir con nosotros, como dijo Julio. —Le volteó a ver con una ceja alzada y una sonrisa de medio lado—. Piénsalo: Robin ya se mudó con la Chela y ahora prácticamente también soy hijo único. Entonces, si te vienes a vivir conmigo seríamos como hermanos.
Aquello le supo amargo a Gabriel, pero no le demostró ningún tipo de dolor; solo se limitó a sonreírle con cierta timidez y, después como para enfriar las cosas, le propinó un almohadazo en el rostro a Mateo. Así, entre risas y una nueva lucha en la cama, dio por zanjado el tema y se olvidó un poco del dolor.
Se sentaron a la mesa luego de una refrescante ducha. La madre de Mateo, Dalia, o "la señora Flores", como Gabriel la llamaba casi todo el tiempo, se despidió de ambos chicos porque tendría una cita con Julio.
Gabriel volteó hacia la ventana cuando una brisa bastante húmeda entró por esta. La primavera recién empezaba y el invierno, aquella estación tan cruda y desalmada, había finalizado dejando una tormenta invernal que, algunas noches, parecía que amenazaba con volver.
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Un imposible [EXTRACTO]
General FictionGabriel ama en secreto a su mejor amigo Mateo y por miedo a ser rechazado le oculta la verdad y se ve orillado a portarse como un chico heterosexual con tal de conservar su amistad. Se conforma con tenerlo casi a diario, pero todo cambia cuando Mate...