pantalones cortos de pijama/no pude cerrar los ojos.

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Cuando llegamos al asfalto del camino, el agua empezó a pasarnos factura mientras caminábamos. Mateo permaneció callado, a unos cuantos pasos lejos de mí y al mirarlo, estaba alzando la cabeza a mirar un edificio y su extraño perfil me dejo embobado unos segundos. Por su cara, las gotas de agua tenían un poco del color oscuro de su maquillaje y esa imagen me resulto imposible de dejar de ver. ¿Cómo unos ojos tan bonitos parecían tan tristes? Cualquiera diría que estaba llorando cenizas porque se había quemado por dentro en algún momento.

Aparté la mirada solamente porque Mateo volteó a mirarme, seguramente me había visto observarlo, pero en realidad no me importo. ¿Qué podría decir? Y justo como esperaba, se mantuvo en silencio, a distancia.

La lluvia no menguo en ningún momento y para cuando llegamos a la residencia, ambos chorreábamos agua, el encargado de la seguridad nos miró con desaprobación cuando entramos, yo le dedique una sonrisa irónica.

Mateo llevaba la ropa pegada al cuerpo y temblaba, tenía la nariz roja y los ojos llenos de maquillaje corrido. Me miró por un momento sin saber que hacer, luego se acercó y me ofreció su mano emparamada.

Yo me quedé quieto por un instante mientras él tenía la mano levantada, consideré dejarlo así de la misma manera que él me había dejado a mí, pero en un impulso, alcé mi mano y estreché la suya por un momento. Tenía las manos pequeñas, increíblemente pequeñas en comparación a las mías.

—Gracias —murmuró antes de soltarme y yo solo asentí con el ceño fruncido. Me quedé quieto mientras lo veía irse por las escaleras, entonces me quedé pensando que algo seguramente se me había olvidado sin saber qué. Me palpé el bolsillo en busca de mi teléfono y entendí que se trataba de las llaves de la habitación. Yo las tenía, mientras tanto el enano debería estar sentado en el suelo sintiéndose miserable. Quizá podría dejarlo así, mi trabajo había sido traerlo, pero nadie nunca me dijo que necesitaba quedarme a hacerle de niñera. Afuera la lluvia solamente parecía aumentar y a mi me estaba entrando un frio espantoso. Suspiré y subí las escalas, cuando llegué al pasillo Mateo estaba sentado en la puerta con la cabeza en las rodillas. Me acerqué e hice tintinear las llaves, eso llamó su atención y de inmediato se levantó, mareándose en el intento otra vez, lo sostuve de la cintura para evitar que se cayera y me sorprendí de notar que mis manos encajaban perfectamente para rodearle toda la cintura. ¿Qué demonios estoy pensando? ¿Qué tan borracho estoy? Mateo no se apartó y yo lo solté después de un momento.

Busqué las llaves y abrí la puerta, él entró primero y yo después de él. Cerré la puerta tras de mí y eso lo hizo dar un brinquito. Me miró, con una pregunta en la punta de la lengua.

—¿Q-que estás...?

—Necesito cambiarme de ropa, así que voy a tomar algo de Chris y me voy.

Su voz había sonado extrañamente asustada, como si mi presencia lo amedrentara. Eso me pareció divertido. Me acerqué dos pasos a él y Mateo retrocedió de inmediato hasta que se chocó con la cama.

—¿Qué? ¿Te molesta? —pregunté, mirándolo a los ojos. Mateo volteó la cara y observó al suelo. Eso me cabreo, así que le tome el mentón y lo alcé para que me mirara, bajo mis manos, tembló.

—Mírame cuando te hablo —le dije. De nuevo, su cuerpo se removió.

—N-no m-me molesta...Chris es t-tu amigo, y-yo —susurró.

Me pregunté porque siempre tartamudeaba cuando le hablaba y por un momento pensé en que pasaría si yo le ordenaba que no tartamudeara al hablarme. Sería divertido verlo asustado intentando no morderse la lengua.

Querido Nicholas,Donde viven las historias. Descúbrelo ahora