Capítulo 6.

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Voy despertando ante los leves gruñidos de mi estómago y la luz del sol que está pegando directamente en mi rostro. Me siento sin energías, pero me esfuerzo por salir de la cama. Mis manos cosquillean y veo las marcas de las sábanas sobre mis brazos, he dormido muy bien.

Empiezo a alistarme, ignorando el espejo, esforzándome para no mirar mi reflejo. Se con claridad que me encontraré. Seguramente un muy apagado y horrible reflejo.

Antes de bajar por las escaleras me asomo a la habitación de Nick, aún está durmiendo. Continúo mi camino hasta el comedor y Yaya pone un plato delante de mí.

—El joven Nicholas me ha dejado un mensaje en la madrugada. —me dice— Quiere que usted coma cosas verdes. —ríe— Le he puesto espinacas a su desayuno el día de hoy, espero lo disfrute, señorita Erin.

—Muchas gracias, Yaya. Voy a comerlo gustosa.

Yaya se retira, dejándome a solas en el comedor. Bajo mi mirada a la tortilla con huevos, tomate, espinacas y queso. El corazón se me aprieta en el pecho y solo siento ganas de querer llorar. Lo estoy intentando, realmente lo estoy haciendo y agradezco que otros quieran alimentarme, pero sencillamente mi apetito no es el mismo y siento dolor de cabeza al pensar en la llenura.

Me esfuerzo por terminar mi desayuno y salgo de casa en dirección a la de los Hosk. El portón está abierto y la puerta de la casa también, parece que alguien ya está sacando cosas. Entro y veo a Alexander empacando varios libros viejos. Cuando me ve entrar enfoca su mirada en mí y allí la deja, siguiendo todos mis movimientos. Miro de un lado a otro y no encuentro rastro de algún trabajador del camión o de Viviane. Genial. Me han dejado a solas con el malhumorado.

—Buenas días, Alexander —le saludo y sonrío. 

—Te dije que solo en las tardes. —me recuerda, pero viene ocultando lo que siento es como un regaño— ¿Qué tienes que hacer aquí?

—Tu madre me ha invitado.

—No entiendo una maldita mierda. —masculla, alejándose del lugar— ¡No hagas ningún daño! —me advierte en un grito.

—¡Como ordene, jefe! —suelto en una risa y puedo jurar que maldice mi presencia a la distancia.

Regresa a la sala donde ya me encuentro sentada en el sofá— ¿Vas a esperarla ahí?

—Sí. ¿Quieres que empiece a envolver los últimos cuadros?

—No. No te muevas de ahí —dice y vuelve a irse.

Dejo ir mi cabeza hacia atrás y la giro hacia la izquierda. La pared de allí está sustituida por un vidrio que conecta al exterior, no es solo visual también es físico pues se desliza y comunica el interior de la casa con el jardín trasero. Estando ahí veo a un peludo gatico caminando por el borde, debe ser de algún vecino y se ha metido aquí o solo está pasando por el borde de conexión para llegar al destino que le interesa.

—¡Hay un gatito! —grito y quiero salir a correr.

—¡No te vayas a mover de la sala! —escucho el grito de Alexander para después verlo entrar a la sala— ¡¿Qué estás haciendo?!

—¡Ningún daño! —le respondo, levantándome y caminando hacia el vidrio.

—¡Siéntate, maldita sea! ¡Hay lugares recién encerados!

—¡Sigo en la sala!

—¡No grites!

—¡Tú empezaste!

Se cruza de brazos, frunce el ceño y lentamente suspira. Ya les he dicho lo fascinante que es verlo en cámara lenta ¡y él sigue haciéndolo!

—De hecho, tú fuiste la que empezó —dice, algo más calmado.

Mi vecino del RoyalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora