Et parlon de vouseith (parte III) Khari

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Esa misma tarde me quedé hasta el anochecer observando los nenúfares. No noté nada raro, los vi igual de todas formas. El silencio se rompió cuando Khari dijo en voz alta:

-Será mejor que nos vayamos yendo hacia casa –se levantó y me dio un beso en la mejilla. La verdad es que me sonrojé mucho y puse cara de vergüenza. Hay quien dice que te gusta una persona cuando la ves sientes mariposas en el estómago, pero pensar eso me producen ganas de vomitar, así que a lo mejor te gusta alguien cuando te produce arcadas. Eso solo me pasa cuando Berliana nos explica el tema de la reproducción, así que quizá me gusta mi profesora.

Esa sensación fue diferente que la del beso de mamá. Sentí cosquillas en la barriga, la sangre volviendo a circular por mis venas después de que se me parase el corazón y ganas de irme y volver a verla el día siguiente. Hui hacia casa a una velocidad algo anormal.

Nada más llegar a casa me dirigí hacia mi padre y le hice unas preguntas:

-Papá, ¿qué se siente cuando te gusta alguien?

-Es difícil de explicar, como si sintieras mariposas en el estómago. ¿Por qué me lo preguntas?

Eso confirmaba la teoría de que me gustaba Berliana. ¡Qué asco!

-Pues porque en la escuela mis compañeros me han preguntado si me gusta alguien. Pero a mi pensar que tengo mariposas en la tripa me produce ganas de vomitar –sé mentir muy bien.

-Entonces… Cuando ves a esa persona te pones contento y nervioso. Sientes un hormigueo por todo el cuerpo y te pones rojo.

-Vale, muchas gracias papá, eres el mejor.

En parte, algunas de las cosas que había dicho me pasaban con Khari, pero otras no. Entonces, creo que por el momento es una amiga muy especial. A pesar de eso, nada cambió. Seguíamos juntos todas la tarde y pasando buenos momentos juntos. Cada día mirábamos los nenúfares. También nos inventábamos juegos. Me encantaban… Un día estábamos en el lago Menor del centro de Sicchia y me confesó que yo también soy su único amigo. Pero lo mejor llegó cuando me dijo que lo más seguro era que se viniera a mi escuela.

-¿¡Qué me dices!? ¿Enserio? –le contesté.

Ansioso, me pasé un mes entero disfrutando de cada rato de clase. Todo eran buenas noticias, pero la sorpresa más grande que me llevé estaba en mi casa:

-Nanic, hace mucho que no me vienes a visitar. Estoy bastante peor. ¿Qué has hecho durante todo el tiempo en el que no pasabas conmigo?

Sí, era la señorita Hilda. Menudo susto me llevé, ¡no me había acordado en todo el tiempo con Khari de ella!

-Esto, yo… No sé, ha venido una amiga mía de Lutevia y se me había olvidado visitarle.

-¿Khari? Ya me han hablado de ella. No sabes el dolor que siento por dentro. No le importo a nadie, estoy completamente sola. –dijo la pobre sollozando.

Me daba mucha pena ver a mi antigua profesora así. Aun así, no estaba dispuesto a renunciar a las tardes con mi mejor amiga por ir a verla.

-Le prometo que a partir de ahora le iré a ver a menudo.

-Eso espero niñito, eso espero.

¡Menuda rabia! Una cría de cinco años no se merecía tener que aguantar tardes con una enferma que no conocía. Hilda se fue y empecé a chillar como un loco. Corrí a explicárselo todo a Khari. Me extrañó mucho su reacción, sobretodo porque aceptó sin rechistar. Además de eso, le conté lo que me pasó en aquella sala y dijo que me ayudaría a descubrir qué pasó.

Una vez en el monasterio nos costó mucho encontrar a Antheopola; pues le habían trasladado a la enfermería. Su cara estaba pálida como el harina y arrugada. De hecho, parecía más bien deshidratada.

-Una promesa es una promesa. Yo sé cumplirlas –le dije. Pero no contestaba. Movía constantemente de un lado a otro. Buscaba algo, algo en lo que poderse ayudar para poder hablar. Pero de repente, con las últimas fuerzas y el poco aliento que le quedaba me respondió:

-Nanic, siento que voy a morir.

-No, usted no va a morir, se va a quedar en con nosotros.

Triste, me fui a comprobar con Khari si la sala de Hilda era real.

-Tienes que mirar en el segundo banco de la fila de la izquierda. Allí antes había una ranura y una palanca.

Es muy hábil para esta especie de cosas. Seguramente le es mucho más fácil que a mí. Además, le pone empeño. Tengo mucha suerte de poder ser su mejor amigo.

-Aquí no hay nada. Pero a lo mejor la trampa está en el suelo, en el lugar que se abre y están las escaleras. O quizás la ha movido.

-¡Eso es! No creo que hicieran una sala especialmente para Hilda, si la tiene es porque muchas monjas también. Lo más probable es que las palancas estén por aquí. Podríamos tirarnos horas y horas registrando el monasterio, pero arriesguémonos.

Buscamos por toda la iglesia. Encontramos una en los bancos, regular la luz que entraba por la cúpula. La otra ni giraba, debía tener más de cien años de inactividad.

-¿Qué hacéis vosotros aquí? –dijo una voz grave de mujer.

-¿Quién es usted? ¿Sabe algo de las palancas que hay en la iglesia?

-Soy la encargada del convento. Eso depende. ¿Qué queréis?

-Esto… Venimos a buscar medicinas para Hilda.

-¿La enferma? Si buscáis sus pastillas están en la enfermería. Las palancas solo tienen funciones para cuando venimos a misa.

Y se fue. No, no podía ser. Todo aquello era demasiado a real. Nos comimos el coco durante una hora hasta que al final, desesperado, empecé a chutar todo aquello que tenía por delante. Todos los bancos cayeron al suelo menos uno.

-El asiento del que hablabas no se ha caído. Qué extraño –mencionó Khari.

Lo intenté de nuevo, pero más suave. Nada. Por tercera vez, lo volví a hacer, muy fuerte. Se rompió en mil pedazos y se derribó todo menos un palo de metal en vertical acabado en una especie de manivela.

-¡Ajá! Eso era, la habían cubierto con una tabla de la misma madera que todos los asientos.

Hicimos girarla unas veinte veces. Se abrió del suelo el agujero de la otra vez. Todo estaba tal y como recordaba. Empecé a inspeccionarlo todo con detalle. Pero cuando me quise dar cuenta Khari ya había leído la página que dejé abierta de aquel libro. Luego, me dijo:

-¡Nanic, todo lo que hay escrito es una maravilla! ¡Esto hay que contárselo a mi padre!

Antes de que pudiese decirle que no se fue corriendo. Sí, iban a matar a la señorita Hilda.

Nenúfares muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora