Capítulo 10

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Aunque mis labios incitaran a preguntar "¿aquí?" sabía que no debía de hacerlo porque mi cuerpo ya había reaccionado a sus palabras.

Siempre dije que la primera vez que nos acostásemos tendría que ser algo especial, pero... ¿qué podía ser más especial que hacerlo bajo la luna llena?

Definitivamente nada, y más si tenemos en cuenta que somos lobos.

—¿Estás segura de esto?— pregunté acariciando sus mejillas con mis manos, ella asintió ligeramente—. Dímelo con palabras.

—Estoy segura de que quiero hacer esto contigo.— susurró antes de tomar mis labios con los suyos, sus besos siempre me envolvían hasta el punto de no centrarme en nada más que en su boca, me imaginaba que a ella le pasaba algo muy similar.

Mis manos bajaron hasta su cintura para poder sujetarla mientras seguíamos comiéndonos las bocas.

No quitaba el hecho de que estuviéramos en el exterior a medianoche, sabía que nadie se acercaría por nada del mundo.

Me deshago de su pantalón con delicadeza y cuido que la tela no vaya a estropearse en el suelo, unas diminutas bragas de color negro eran lo único que cubría su hermoso cuerpo en estos instantes.

—No me mires tanto...— se quejó al darse cuenta de mis acciones.

—Te admiro.— corregí con una sonrisa en los labios, acerqué mi rostro a su cuello y empecé a besarlo, dejando pequeñas marcas a su paso.

Los pequeños suspiros y gemidos que se escapaban de sus labios no hacían más que alborotarme e incitarme a seguir por ese camino.

—Ponte cómoda.— susurré sobre su cálida y sensible piel.

—¿Ahí?— cuestionó casi con diversión mirando al suelo.

—¿Donde más iba a ser?

—Pensé que me darías duro contra un árbol.— bromeó haciéndome reír.

¿Por qué diablos tenía que hacer bromas en un momento que se suponía que era apasionado?

Cosas como estas la hacían única, sin duda.

—Eso también, pero quiero empezar lento, lobita.— delineé su clavícula con mi lengua de forma provocadora, sentí su cuerpo temblar ante mi acción, estaba seguro de que le había gustado así que... ¿por qué no repetirlo?

Mi lobo interior no dejaba de repetirme que debía morder su cuello, pero no lo haría, no cuando sabía que ella todavía no quería esto.

La veo tumbarse en el suelo dándome la imagen más erótica que mis ojos han visto jamás, atrapa su labio inferior entre sus dientes mientras que sus ojos me miraban expectantes.

Ahí vamos...

Me pongo a su nivel dejando que nuestros cuerpos se rocen, sujeto mi peso con uno de mis brazos mientras que el otro reparte caricias en sus muslos internos.

—Hazlo de una maldita vez...— casi gruñe, me satisface saber que está tan deseosa como yo.

—Ya voy, mi amor, no te impacientes.— rocé mi nariz en su mejilla mientras me deshacía de la última prenda que cubría su cuerpo.

Deposité un beso en sus labios antes de  descender mis labios por su cuerpo, pasando por sus pechos y su abdomen hasta llegar a su mojada entrepierna.

Mi lengua recoge su humedad para después degustarla en mi paladar, era dulce y si por mi fuera me pasaría la noche entera degustándola.

Mis labios se cierran alrededor de su clítoris antes de que mi lengua presione en él, sus caderas se alzan de forma instintiva y es señal de que lo está disfrutando tanto como yo.

—Todavía no, quiero que te corras conmigo dentro de ti.— le digo al tiempo que mis ágiles manos se encargaban de sacar mi pantalón junto a mi bóxer.

—Dios Santo...— la escucho susurrar, no me hace falta mirarla para darme cuenta de que parte de mi cuerpo está mirando.

—Prometo que no te dolerá.— dije sabiendo que era su primera vez, estaba mojada en exceso así que no había de que preocuparse.

Tomo sus manos con las mías y las entrelazo por encima de su cabeza, mis labios buscan los suyos en el momento que la punta de mi glande presiona en su entrada.

Un gemido escapa de su boca para ahogarse en la mía cuando empiezo a hundirme en ella, no necesitaba afinar los oídos para darme cuenta de que no se trataba de un gemido lastimero.

—Maldición...— susurró cerrando los ojos y prohibiéndome ver sus hermosos iris—. Nunca pensé que esto se sentiría tan bien.

—Espérate a que me empiece a mover.— murmuré divertido para después atrapar su labio inferior con mis dientes.

Sentí sus erectos pezones rozarse en mi pecho con cada embestida que daba, estaba reprimiéndome mucho para que fuera algo lento y profundo, ya habría tiempo para el sexo rudo que tanto nos caracterizaba a los lobos.

—¿Si te pido que me muerdas... lo harías?— preguntó entre jadeos.

Si no había cosa que deseara más... Mi cabeza dolía de tanto pensar en ello.

Por primera vez en mi vida estaba alejándome de los instintos para que ella se sintiera bien.

—No tienes que pedirlo.— admití en voz baja.

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