Una alarma sonó bulliciosa, inundaba todo el silencio de la mañana. Abrió sus ojos grises con pereza, mirando fijamente el cielorraso de su habitación. Estiró sus brazos sobre su cabeza y una voz suave pero con evidente molestia resonó demasiado cerca de su oído.
— ¡Por dios! ¿Puedes apagar esa cosa?
Él simplemente bufó mientras miraba a la rubia moverse sobre aquel gran colchón, dándole la espalda. Era menos de un metro de distancia, pero podía sentir con frialdad como si fuesen kilómetros.
—Buen día.
—Yo seguiré durmindo.
Ella le rebatió sin dedicarle ni una sola sonrisa. Decidió que no tenía caso discutir con ella tan temprano. La vida con ella era, definitivamente, muy distinta de la que creyó cuando habían contraído matrimonio. En ese momento, su relación era más una triste monotonía.
Casi no se veían en el día y menos entablaban conversación que no terminara en discusiones. Trató de no pensar mucho en ello. Se levantó luego de apagar el aparato que tanto le había molestado a ella y caminó a la ducha a despejar no solo su sueño, sino también, su propia molestia.
El agua caliente no tardó en salir, se dejó mojar desde su nuca, dejando que el agua tibia limpiase ese amargo sentimiento de vacío con el que vivía día con día. El vapor colmaba el cuarto de baño, por lo que cuando miró su reflejo, el vidrio estaba completamente empañado, lo limpió con su mano, pero por un breve instante, le pareció que su rostro reflejado se enturbiaba. Restregó sus ojos y al volver a mirar, su vista volvía a la normalidad, tal vez el cansancio acumulado por el arduo trabajo, le pasaba factura.
Pensando sobre aquello, recordó la invitación de su amigo. Quizás le haría bien algo de ocio. No solamente a él, también, a su esposa.
La miró mientras secaba su cabello húmedo, ella se removía en la cama tapándose hasta sus hombros.
— ¿Esto es lo que quería?
Preguntó de manera retórica y en voz en extremo baja y regresando sus ojos oscuros a su propia imagen en el reflejo.
Tenía todo. Su empresa había crecido tanto como para expandirse por todo Tokio, se había casado con su mejor amiga y tenían un buen pasar. Pero aun así, se sentía vacío. Simplemente suspiró.
Su día empezaba igual que el anterior e incluso el día antes, parecían copias unos de otros. Acomodaba su traje de impecable negro, ponía su reloj en su muñeca, tomaba las llaves de su automóvil y salía rumbo a la oficina.
«Qué aburrido»
Suspiró y antes de salir de su casa, regresó donde dormía su esposa.
—Alice, hoy Eugeo nos invitó a un restaurant que inauguró hace pocos días. ¿Quieres que vayamos?
Con toda sinceridad, Kazuto Kirigaya, esperaba la negativa de ella. Por eso su asombro cuando con una gran sonrisa ella se levantó de la cama.
— ¡Sí! ¡Quiero!
Sonrió, con algo revolviendo su pecho, pero el burbujeo se apagó, como algo que quería ser, pero siempre terminaba siendo nada.
—Bien, saldré temprano.
Horas más tarde, maldecía su inocencia mientras conducía por la autopista, discutiendo, una vez más con ella. Un silencio incómodo se asentó entre ellos como un muro, haciendo más grande esa distancia. Su mirada azul fría podía sentirla invadir hasta sus huesos, haciéndolo preguntarse en qué momento habían perdido tanto.
Aquella discusión en el auto no era nada nuevo. Parecía que la sola presencia del otro le molestaba a los dos.
—Ya casi llegamos, por favor cambia esa cara, todos nos creen un matrimonio feliz.
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¿Llegaste Tarde?
FanfictionKazuto es un hombre exitoso, casado pero increíblemente infeliz. Vive en una monotonía que llena sus días y vacía sus noches. Es entonces cuando la conoce. Ella es alegre y coqueta por naturaleza. Es un romance prohibido, ambos lo saben, pero ¿podrá...