Cuando dejé el instituto quemé mis libros de texto en un barril en medio del parque y prometí no volver a vivir un infierno como aquel. Ahora que me dirijo de nuevo allí, tengo miedos que había escondido tan al fondo de mi mente que jamás creí que volvieran a salir a flote.
Tengo veintitrés años y voy a volver a estudiar en el instituto.
Vale, no es el mismo centro en el que yo estudié, son otros tiempos, tengo otra edad y unos buenos motivos para hacerme pasar por un estudiante, pero las paredes de ladrillo que se abren ante mí hacen que mi atención se centre solo en mis recuerdos adolescentes.
No quiero hacerlo.
Atravieso las paredes del centro. Cruzo un pequeño camino con bancos que hay justo antes de pasar otro control que da al edificio principal y busco el interfono, pulso el botón y suena un desagradable pitido que consigue que mi incomodidad sea cada vez más evidente.
No debería estar aquí, no estoy cómodo, no quiero estar aquí.
Suena un nuevo pitido que me da acceso y cierro los ojos antes de entrar. Estoy haciendo esto por un buen motivo. Miro a mi alrededor, hay algunos chavales de doce o catorce años, todos me parecen muy pequeños. No veo las pistas desde mi posición porque me tapa parte de las mismas otro edificio, pero oigo a un profesor dando órdenes y gritando muy fuerte, debe de ser una clase. Me sacudo incómodo, no me gusta nada el deporte.
Giro a la derecha e intento abrir la puerta de hierro del edificio principal con un leve empujón. Descubro que es imposible y que tengo que volver a apretar otro botón para que me abran. Me siento como en una cárcel. ¿Este es el tipo de centro en el que queremos que se estudie?
Me abre una mujer mayor, no muy alta y con gafas redondas de montura vieja, me recuerda a una bibliotecaria o una secretaria de algún ministerio aburrido.
-Eh... Hola, soy... -dudo al decir el nombre que debo.
-Ya sé quién eres -dice ella cogiéndome del asa libre de la mochila que llevo al hombre y tirando de ella para que me mueva dentro del edificio-. Anda, tira, tira que tienes que convencer al director para que no te expulse.
Me empuja hasta un corto pasillo con varias puertas y algunas orlas de antiguos alumnos que me miran desde las paredes. Voy leyendo los carteles que hay delante de cada puerta en el que busco el del director. Intento distinguir de lejos lo que está escrito en una abierta y alguien tose desde dentro queriendo llamar mi atención.
-Alexis, deja de hacer el tonto y entra.
Mi cerebro tarda unos segundos en entender que me está llamando a mí. En cuanto leo "director" en la placa negra de la puerta agacho la cabeza.
No estoy cómodo, no va a salir bien, me va a descubrir en seguida.
-Cierra la puerta y siéntate -ordena. Yo le hago caso porque no me queda otro remedio.
Mi cerebro está tan nervioso que decido automatizar mis movimientos y apenas pienso sobre ellos. Me siento en la silla que hay frente a él y apoyo la mochila en el suelo. Tengo la misma sensación que en una entrevista de trabajo, la misma que cuando algún jefe me hace llamar para hablar de un asunto en el que no tengo tanta culpa como insiste en decirme.
-¿Dónde has estado?
Abro la boca y siento que la lengua se me ha pegado al paladar. No había pensado eso. ¿Qué he pensado en realidad? ¡Nada! Esto es una locura y tengo que marcharme de aquí, no ha sido una buena idea. ¿En cuántos problemas legales me puedo meter si sigo adelante con esto?
-Alexis. -Me quedo quieto al repetir el nombre, el nombre de mi hermano y decido quedarme sentado. Lo hago por él. Ese es el motivo y no me importan las consecuencias-. No hace falta que me digas dónde has estado. No me importa, déjalo. ¿Pero logras entender que no puedes dejar el instituto dos semanas después de haber empezado las clases y volver casi dos meses más tarde?
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Monstruos desconocidos
ParanormalAlexis ha desaparecido y su hermano Noa hará todo lo posible por encontrarle, incluso volver al instituto.