Nuestro ayer

190 12 11
                                    


2010


Tras llegar a la sala de música, Melody se dejó caer sobre el sillón.

Ocho meses después de aquella mañana en la que todo había cambiado, el embarazo empezó a pesar sobre ella. No podía caminar sin agitarse, extrañaba cantar y bailar en cuerpo y alma, aunque su razón lo valía.

Cuando Simón le dijo que le tenía preparada una sorpresa especial, la ansiedad se apoderó de ella.

Ya habían pasado veinte minutos y no había ni rastros del morocho en la habitación.

Una sensación de fastidio empezó a molestarla, pero justo cuando se decidió a levantarse para ir a buscarlo -y por supuesto armar un escándalo con motivo de su ausencia-, una sombra se adelantó en el pasillo. Al verlo entrar, su corazón se aceleró.

—Hola, mi amor.

—Llegás tarde.

Simón estaba acostumbrado a los planteos de su novia, y desde que supo de su embarazo, incluso le parecían tiernos.

—No me retes.

—Tu hijo no me dejó pegar un ojo en toda la noche y encima vos me dejás acá, muerta de los nervios, esperando quién sabe qué.

—Te prometo que te voy a sacar el enojo.

—¿Y cómo pensás hacer eso?

—Con besos —, le dijo él dejando escapar su sonrisa característica, mientras le robaba unos cuantos picos. —Y... con algo más.

Melody no pudo evitar sonreír.

Simón la rodeó, tomó una venda de su bolsillo y le cubrió los ojos.

—¿Qué hacés? —, rió nerviosamente.

—¿Confiás en mí? —, retrucó él y ella sólo asintió con seguridad.

El perfume de las flores delataba que habían llegado al jardín. Simón tomó uno de los extremos de la venda y tiró de él, liberando los ojos de Melody.

—Simón.

—¿Te gusta?

Un altar hecho de paños esperaba su llegada.

Melody no encontró palabras para describir sus sentimientos, sólo le acarició la mejilla y él supo entender.

—Recuerdo ese día, — soltó él. —Estaba determinado a conseguir trabajo y de golpe te encontré. Yo creía tenerlo todo, y sólo cuando conocí todo, me dí cuenta de que no tenía nada. Nos desnudamos el alma y de repente te convertiste en lo único lindo que tenía en mi vida.

Sus máscaras se habían caído tiempo atrás, y sólo en ese instante fue que el chico de la sonrisa eterna y la chica que no se atrevía a ser feliz entendieron que el destino tiene maneras muy extrañas de jugar.

—En ese momento supe que había encontrado a la mujer de mi vida y me prometí a mí mismo que nunca te iba a dejar ir.

Se puso de rodillas y sacó una pequeña caja de su bolsillo.

—Melody Paz, ¿te casarías conmigo?

Melody estaba anonadada.

Recordó el día en que lo conoció y fantaseó con su apellido.

Recordó el día en que la ayudó a reconciliarse con su mamá.

Recordó el día en que le anunció que estaban esperando un hijo.

Pronto se convirtió en un mar de lágrimas. Lágrimas de felicidad. Y riendo como nunca, le dijo —Sí. Acepto.

El brillo del amanecer los envolvió. Sus labios se fusionaron, pero cuando ella despegó sus párpados, él ya no estaba.

Sólo después de sentir al mundo temblar, entendió qué sucedía.

El hilo que nos uneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora