22. Duele

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Sábado, febrero del 2020.

La mayor de las Reche llevaba ya rato mirando a Natalia dormir. Lejos de la cama y apoyada en el armario. Ya se había dado una ducha y se había vestido de acuerdo a la visita de un museo. No quería despertarla, se la veía tranquila, sin preocuparse de lo que pudiera estar pasando en el mundo exterior, fuera de aquella cama de sábanas blancas.

Dieron las 9, Alba había hecho un par de trámites del hotel, entre ellos; llamar a Joan y a Sebas para ver qué tal iban y mirar las facturas que le había enviado este último y supervisar que todo estuviese en orden.

Ya era hora de despertar a la morena, la cual no se había movido ni un solo centímetro desde hacía media hora.
Se acercó a la cama y sopló ligeramente para que se despertase. Los párpados de la pamplonesa se movieron y en unos segundos los ojos de ésta se abrieron, teniendo un primer plano de aquellos ojos color miel. Sonrió al ver que seguía allí, dentro de su ensoñación.

—Mmm... —se remoloneó con las sábanas para taparse bien ya que estaba desnuda— ¿Qué hora es? —dijo volviendo a cerrar los ojos.
—La hora de levantarse —se movió hasta volver a estar frente a ella—. Me tengo que ir —dijo seria debido a que quería quedarse allí con ella pero el museo y sus compañeros la llamaban.

Enseguida Natalia se levantó de una, asustada de que se volviese a repetir lo del pasado, aquellas escenas que quería olvidar. Durante un tiempo pudo dormir en paz, ocho horas seguidas, sin despertarse en mitad de la noche sudorosa, sin embargo, ahora aquel esfuerzo se había ido al traste en una sola noche.

—Pero, ¿te vas de irte? —preguntó la morena nerviosa.
—Sí —dijo la rubia esbozando una sonrisa al ver el nerviosismo de la otra—. Eso es lo que implica el verbo ir —dijo acercándose y alcanzando su mejilla para acariciarle minuciosamente—. Pero no te preocupes, volveremos a vernos —le dio un beso suave y se marchó con su pequeña mochila en la espalda.

Claro está que Natalia se quedó embobada al ver a aquella belleza de persona enfundada en unos simples pantalones vaqueros y una camiseta que a cualquiera le hubiese quedado mal. Se levantó y se dio el lujo de darse una ducha. Se vistió y antes de irse, dio un último vistazo a la habitación de la rendición y salió.
Mientras se dirigía a la salida se encontró con varias estudiantes que la miraban y después cuchicheaban entre ellas, esto a la de Pamplona la estaba empezando a cabrear, tampoco quería hacer una escena pero no creía que pudiese callarse la boca si no salía de la estancia.

Media hora después estaba de vuelta al piso que compartía con su grupo; no había nadie. Por un lado la morena se sintió aliviada pues no tendría que dar ninguna explicación, aunque seguramente Carlos, María y Miki ya sabrían a qué se debería, pero, también quería hablar con alguien, para pedir consejos sobre la situación.

—.—.—

Alba llegó justa de tiempo al museo, el grupo al que se le había asignado seguía a la espera y pudo respirar con normalidad. Helena, que estaba en él, la llamó para que fuese con ella.

—¿Qué tal Albita? —preguntó para que no se andase con rodeos y fuese directa al grano—. Me ha comentado un pajarito que te fuiste con una morena de metro ochenta... —dijo mirándola sugiriéndola distintas opciones entre las que solo una era correcta y era por la que más apostaba la de rizos.
—Bien, ¿y tú? —preguntó desviando un poco la conversación.
—Igual —sonrió— ¿Qué tal te fue con Natalia?
—Sin más —encogió los hombros en señal de la poca importancia que le estaba dando para que se lo creyese.

Obviamente no había sido sin más. Había sido la mejor noche después de muchas semanas sin disfrutar. Sabía que desde la marcha de Natalia su manera de ver las cosas había cambiado; ya no podía ver en alguien algo más que una simple diversión, ahora tenía en cuenta muchos factores como los sentimientos de esas personas y de lo que puede suponer para su vida meter a éstas sin ningún filtro que la pudiese asegurar que no iban a hacer nada malo.

La Posada | ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora