prólogo

81 11 41
                                    

"All the lonely people

Where do they all come from?

All the lonely people

Where do they all belong?"

"The Beatles — Eleanor Rigby"

En los 3 meses que llevaba en ese hervidero de sofocantes y agitados departamentos, se había acostumbrado a las acaloradas discusiones de parejas, prostitutas ejerciendo su trabajo lo más sutilmente posible —pues estaba prohibido en el edificio—, el olor a diferentes estupefacientes que tornaban al aire espeso y al constante tintineo y quiebre de botellas con mala cerveza.

Ese lugar era la representación de la cara oculta de la moneda en aquél país. Plástico, todo era plástico a la vista; pláticas las risas, el llanto, las familias. Plásticas las parejas, plástico el amor y las personas. Y debajo de esta capa, el corazón. Este era a su vez el de la ciudad. Más allá de los cines, el pasea de la fama, teatros, bares de música suave y extravagantes pero refinados tragos, las tiendas vanidosas irguiéndose sobre los transeúntes, estaba el verdadero centro de Los Ángeles: Skid Row.

Skid Row; el área roja de la ciudad!"— se decía con amargura, simulando presentar un show estelar. Conocida por el bajo mundo como un estado libre, un lugar de contención criminal. Drogadictos caminaban a la mitad de la calle paseando su demacrado cuerpo a la vista de cualquiera, prostíbulos camuflados que siquiera eran fiscalizados, asesinos refugiándose entre mentiras deprimentes e historias fantasiosas, y los mendigos escuchaban con interés, para luego añadir a su inconforme discurso a los cielos, y aún así siendo ignorados.

Y luego estaba él, Hitoshi Shinsou, estudiando periodismo y soñando con el Times. Presenciaba desde la periferia del infierno obras dramaturgas que jamás serían exhibidas en Broadway. mientras desganado tragaba sus porciones desabridas de arroz blanco y pollo apanado, y pretendía leer textos complejos de Chomsky. Al día siguiente lo mismo, pero por ser viernes se daba el privilegio de comida china y se daba un receso para interpretar melodías en su violín e imaginarse en el Pantages con un Stradivarius en su lugar, gozando de la atención del público que también se deleitaba ante su composición.

Lamentablemente tuvo que volver al jueves; de esa jornada en ocho días tendría el examen del autor que estaba leyendo y su comprensión era buena, aun no suficiente. A esto se le unía la riña de los de al lado, el viento invernal filtrándose por algún rincón de la ventana — que por más que hubiera buscado, no había encontrado—, y su mente volátil, llevándole a cualquier lugar. Como una joya; bonito pero inútil. También podría aplicarle a él, la diferencia es que no era precisamente un adonis.

Su bolígrafo trazaba dando vueltas y caídas libres sobre la hoja cuadriculada, a veces desviándose de la ruta y el corrector entraba en campo para arreglar el error. Mientras la lapicera fuente revoloteaba sobre su cuaderno su mano rogaba por un descanso, sus ojos apoyándole a medias, ya que lo que le faltaba no era demasiado ahora. El desafío era decodificar sus jeroglíficos.

Finalmente terminó, arrojando el birome al colchón a sus espaldas. Cerró el cuaderno, más relajado, y se zampó el pollo apanado abandonado en una esquina del recipiente, este más sabroso que antes.

Contempló su reloj. A la vista de cualquiera la manilla de cuero gastado y las manillas opacas no eran especiales. De hecho, no lo era. Pero había algo que le fascinaba. ¿qué? Ni la más remota idea. Tal vez el tic-tac infalible, que marcaba esa noche las 12.04. 12.05, y el segundero continuaba avanzando de a saltos. Aquella hora era especial. El exterior podía estar lleno de sonidos de patrullas persiguiendo a los delincuentes hasta los límites de la zona roja, mas era otro instrumento en la sinfonía de medianoche. Los Ángeles era una ópera extraña; erráticos pasos de locos en busca de cordura afinaban su melodía junto a los cuerdos en busca de locura.

Empero, se veía cómodo en su pequeña butaca. 

Otro de los indicadores de la bizarra condición de Los Ángeles era las 3.00 AM. Al parecer, la gente hacía caso omiso a las películas de terror y se decían que era una buena idea salir a dar una vuelta y — ¿Quién sabe?—, divertirse otro rato antes de ocultar su euforia bajo caras soberbias.

A modo de aprecio por su sueño cargaba consigo unos tapones anaranjados, amoldables al conducto auditivo. Sin embargo, la nota escuchada ese momento le produjo un extraño efecto. Se sentó a orillas del colchón tibio y contempló el caer de hojas. Hojas de papel, brillando a la tenue luz de luna. 

Fotografías.—se dijo en un susurro, sorprendido.

Tenía que escribir de estos dos, de Los Ángeles y entrarle al angst. ¿Qué tal quedó? 

-todorokidelahoya

Skid Row [DabiShin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora