Capítulo 26.-Nueva vida

112 28 37
                                    

Domingo/22/Noviembre/2020.

Hoy era un día libre para todos los que estábamos dentro del lugar, podíamos hacer lo que quisiéramos mientras la idea de destruirnos no estuviera dentro de nuestra mente, ni formara parte de lo que fuera un anhelo hacer durante el transcurso del día.

Mi día empieza desde que abro los ojos, desde que la alarma es como una fiel madre que con el sonido que muchos quisieran oír, si no es que la mayoría de los seres humanos odian porque es aquello que los hace levantarse de la cama indicándoles que el día empieza, que posiblemente la rutina de todos los días los obliga a llevar su vida, que sólo quieren dormir cinco minutos más pero que en realidad se conviertan en más horas o todo el día estando en la cama.

Yo amo mi alarma porque me hace salir de la cama, me hace abrir los ojos con la esperanza de que este día sí será diferente, que las posibilidades de ser amada están cada vez más cerca. Es como la madre que nunca he tenido de la manera en la que yo la necesito, mientras con su ruido me dice “Angélica, yo te quiero. Yo no me he olvidado de ti, y no te voy a hacer daño, porque yo amo cada pieza de ti que te compone, te amo completa tal y como eres, y siempre estaré ahí para despertarte e indicarte que el hoy será mejor que el ayer, te abrazaré con esa fuerza con la que quieres que alguien lo haga”.

Es la única que es capaz de quererme sin sentir lástima, que siempre está ahí cuando más la necesito. La abrazo con fuerza contra mí.

—Gracias por quedarte en mi vida—susurro contra ella mientras le doy los buenos días.

Era más que un simple reloj despertador, era mi vida, algo fundamental de mí que estuvo desde que la primera lágrima salió de mi rostro —no estaba desde que había nacido, pero yo así lo sentía—.

La idea de levantarme de la cama se queda solo en palabras, no me apetece salir y solo abro los libros mientras me doto de conocimiento y permanezco con mi cabeza metida entre las letras que alguien escribió.

Eso sin añadir que el sitio más seguro que había para mí en mi casa era mi habitación, y a pesar de que aquí estoy a salvo, que no hay padres que estén dispuestos a hacerme daño, sé que aquí me van a proteger, pero es como si tuviera un chip integrado que la destrucción está afuera.

Que al salir de mi habitación, me encontraré a tan solo unos pasos de la puerta de Angelina, aquella rosa habitación que está vacía por mi culpa. Que descenderé las escaleras hasta llegar a la sala de estar, que la voz de Angelina me abrumará haciéndome creer que está ahí, pero la realidad es que por fin aquel objetivo que ya no quiero que se haga realidad hoy sí lo hizo, que Angelina está muerta y ya nunca más la volveré a ver, que se murió sin escuchar un perdón de mi boca.

Que mis padres me odiarán definitivamente —y los entiendo, porque yo también me odio—, que cuando llegue a la sala estarán ahí para torturarme, para desearme estar muerta, pero ellos saben mejor que nadie que la vida duele más que la muerte, que respirar duele más que no hacerlo.

Me arrancan a pedazos cada trozo de mí hasta que me arrepiente de todo lo que hice, que me recuerdan que nunca me amarán porque les maté lo que más querían.

Así que no quiero salir de mi casa, no quiero que me hagan más daño del que he permitido que me hicieran. Solo estoy en este sitio que conozco como mi guarida, cree un instinto de protección contra cualquiera que se acerque a mí, y lo único seguro que es para mí, es un lugar en donde solo esté yo.

Respiro profundamente mientras me tomo un descanso, cierro el libro. Afuera escucho pláticas, personas caminando que se sienten libres y seguras, me levanto de la cama mientras abrí la puerta y me asomo al exterior, veo como una sonrisa les invade el rostro, no tengo la conciencia de si en verdad son felices o solo están fingiendo.

Balas Perdidas ¿Alguien me amará? (Nueva Versión) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora