11. Punto débil

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Capítulo XI: No es porno escrito, solo detalles. 


Una extraña mañana de mayo.

Daniella. 

Un chico que está en un lugar.

Y no es un chico cualquiera, mucho menos un lugar cualquiera. 

Azazel Castillo se está bañando en mi baño, un chico con el abdomen como el de una tabla de hielos está desnudo en mi baño. 

¡Santos cacahuates! ¡Cordura, Daniella, la cordura!

Me golpeo la frente rápidamente, mis hormonas me están fallando demasiado desde anoche. ¿Cómo no iban a hacerlo? Él me toqueteó. 

Bueno, no mucho, pero para una chica sin experiencias de ese tipo como yo, eso fue suficiente para usar la palabra toquetear

Creo que debería ser monja, es más probable que logre publicar un libro a que algún día pierda mi virginidad. 

Repaso mi cuarto con la mirada, en busca de mi cuadernillo de tapa roja, bingo

Me pongo de pie y lo alcanzo, allí está metido mi lapicero azul, después me tiro a la cama; veamos ¿Dónde me quedé? Ah, cierto, ellos tienen sexo. 

Hasta mis personajes literarios tienen más vida sexual que yo, estoy alcanzando otro tipo de bajezas. 

Siento la sangre subir por mis mejillas cuando releo lo último que escribí, Marina tiene razón, esto parece porno escrito; lo peor de todo es que eso salió de mi cabeza. ¿Qué estará haciendo Marina ahora? Probablemente ligando con un chico o con ese apuesto muchacho rubio que se encontró en la plaza de armas

—¿Qué estás haciendo?

Mi corazón empieza a latir a mil, Azazel está frente mío con solo una toalla atada por su cintura; puedo notar las pequeñas gotas de agua cayendo por sus brazos y en su abdomen. 

Como desearía ser esa toalla. 

¡Cordura, Daniella!

Cuando dejo de violarlo con la mirada recuerdo que aún tengo mi cuadernillo en las manos, rápidamente lo oculto entre mi espalda y la almohada que usaba de respaldar. 

—¿Qué tienes ahí?

—Nada. 

—Ella, acabo de ver como guardabas algo ahí. 

—¡Ya te lo dije, ángel caído, no tengo nada!

Una sonrisa arrogante se presenta en su rostro. —¿Seguirás diciéndome así? 

—Tú me sigues llamando Ella. 

No responde, sus ojos me siguen mirando fijamente y puedo sentir mi pulso aumentar. Mi saliva parece haberse ido de viaje porque mis labios están resecos. 

Contemplo en silencio como se acerca a la cama en donde estoy echada, empezando a gatear hacía mí; siento su toalla húmeda rozar con mis muslos y su respiración en mi cuello. 

Mi respiración se detiene cuando él deja un beso húmedo allí, oh, Dios. 

¡Santa madre, un chico casi desnudo está encima de mí y me está besando el cuello! 

Me quedo quieta, esperando su siguiente paso y —sinceramente. —me hubiera encantado que siguiera, sin embargo él se aleja con una sonrisa triunfante y mi cuadernillo en sus manos. 

Cuando lo conocí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora