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Capítulo XLVIII.
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Marcos
Llevábamos unas dos horas de viaje, rumbo a Tailandia. Jaqueline se rindió a los brazos del sueño a pesar de intentar que el movimiento suave del avión no la arrullase, logramos hablar un rato hasta que se le hizo imposible seguir la pista de la conversación: comenzó a bostezar con fuerza, a frotarse los ojos, le aconsejé que durmiera, que yo también lo haría, a pesar de que no tenía esa intención, me quedaría a velar su sueño. La observé un momento, estaba recostada contra la ventanilla, acurrucada en su asiento, tomé su cabeza para acomodarla en mi hombro, murmuró algo mientras arrugaba la nariz, luego volvió a distender su bello rostro, volvió a entreabrir los labios, a sucumbir a la laxitud del sueño.
Me daban ganas de abrazarla por completo y sentarla en mis piernas para que durmiese más cómoda (según yo), pero no podía dar ese espectáculo. Al perderme en sus pestañas desiguales, su cabello brillante que me envolvía en su olor afrutado, al ver su calma al respirar, me preguntaba: ¿Cómo alguien pensaría en hacerle daño siquiera?
Mi mente evocó a Julián, lanzándole maldiciones a diestra y sin diestra. Al tiempo trajo una imagen distorsionada de la madre del dulce espíritu que descansaba a mi lado. Me contó lo que sucedió con ella horas antes de abordar, pensé que era un lugar, un momento poco común para ello, pero no se descompuso tanto, sólo brotaron un par de lágrimas de sus grandes ojos castaños. Luego hasta bromeó un poco con otros asuntos.
—Una noche, tenía entre cinco o seis años, estaba dormida y me despertó un golpe. No recuerdo todo a la perfección, pero sé que estaba habituada a que mis padres pelearan seguido. Era una pesadilla, papá nunca ha sido un hombre conflictivo o violento, todo lo contrario; es tranquilo, más bien pasivo en muchas situaciones y a mamá eso la enervaba. A veces pienso que a ella le gustaba estar rodeada de drama o que la tratasen mal para poder luego hacerse la víctima —suspiró mientras miraba a través de los cristales que daban a una parte de la pista frente a nosotros, luego miró en dirección a otro cristal, a su izquierda, ese daba a la parte trasera del mismo lugar en el que descansaban algunos aviones, que a su vez, dejaba ver por un pequeño espacio y por la verja, la calle con su ejército de personas haciendo su día a día —. A ella le encantaban las rosas azules, hace mucho no veía unas.
Su voz me llegaba apagada gracias a su posición, comprendí lo que dijo, aunque me fue confuso el hilar las ideas, hasta que conecte con lo que debía estar observando. Muy lejos de allí, en una acera, estaba una mujer mayor con un puesto improvisado de flores, vi las que acababa de mencionar, entendí por qué escogió aquel lugar para hablar del pasado; esa imagen la impulsó.
—Mamá era, antes de todo eso muy cariñosa. Lástima —supuse que estaba llorando, tomé su cuello de forma delicada para indicarle que me mirase, al hacerlo pude evidenciar que solo tenía el rostro triste —. Estoy bien —adivinó lo que pensaba —.En fin, esa noche me levanté, fui a buscar a Cami, pero no estaba en su cuarto, cuando volví al mío, la falta de jaleo, de gritos me puso alerta, no comprendía mucho, pero supongo que hasta los niños entienden ciertas cosas. Fui al cuarto de mis padres, estaba entreabierto. Te dije que no recuerdo muy bien, las imágenes en mi cabeza ya están distorsionadas, salpicadas de las versiones de los demás, aunque sé que esta parte si es justo como la veo —cerró los ojos para avivar la memoria, para transportarnos allí.
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Siénteme ©
RomanceJaqueline Espinoza es una joven estudiante, independiente, familiarizada en mayor medida con la benevolencia de la vida, con el fluir Pacífico de la realidad. Existencia que se le complica al verse inclinada hacia su atractivo profesor quien comienz...