Capítulo II: Venganza.

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Septhis quiere jugar

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Septhis quiere jugar.

El bosque es su refugio.

El bosque se mimetiza con su propia locura. Sephtis alza la vista y sonríe más allá de las copas de los árboles, más allá del cielo encapotado por nubes grises que, en su delirio, alientan su sed de venganza, susurrándole entre los recovecos del espeso follaje, lo que tiene que hacer a continuación.

Huele a tormenta a pesar de la llegada del verano.

La suave brisa revuelve su pelo, aspira y cierra los ojos dibujando una mueca desquiciada, que se asemeja a una sonrisa torcida. Por fin, siente la poesía fluir en su interior, como también siente la rabia y el flujo de las palabras silenciosas de las nubes que van gestando un objetivo claro y conciso tras lo ocurrido.

En su cabeza, dónde las voces se han colado insistentemente, comienza a sonar una canción de cuna que no duda en tararear una y otra vez, para tratar de mitigarlas un instante. Es lo único que la mantiene cuerda en éste momento. El fino hilo que mantiene su perturbada mente en un estado de catarsis, es gracias a la idea, -demasiado teatral como a ella le gusta-, de lo que está por venir y lo que está dispuesta a pagar por conseguir su objetivo. Tararea sin cesar hasta convertir su voz en un grito perturbador. La nana de madre siempre consiguió tranquilizarla y darle otro punto de vista a sus lucubraciones.

Un lobo aúlla en el bosque por la noche
no puede dormir, aunque quiere.
Lágrimas de hambre en su vientre de lobo
Y hace frío en su casa.
Oh, lobo, oh, lobo, no vengas aquí
Nunca tendrás a mi niño.
El lobo aúlla de hambre y se lamenta
pero le contaré la historia de un cerdo.
Tales cosas son buenas para el vientre de un lobo.
Oh, lobo, oh, lobo, no vengas aquí
Nunca tendrás a mi niño.

Sephtis entra en la cabaña más cercana a la carpa de circo, el lugar prohibido. Sabe que está siendo observada; el Cazador siempre anda al acecho.

A ella poco daño puede hacerle, es su familia, sangre de su sangre; solo existe una regla inquebrantable, no entrar jamás en su guarida, dónde pasa la mayor parte del tiempo trabajando e investigando y, aunque la curiosidad sea grande y en ocasiones se haya visto tentada a seguirle, su relación se basa en un extraño respeto a la intimidad.

Lo cierto es que disfruta con cada trabajo que realiza su tío, buscando la perfección final en cada una de las piezas que muestra orgulloso, en un gesto de aprobación, como si de un regalo de navidad se tratase, cada vez que destapa la sábana que cubre la nueva obra artística.

Jäger muestra sus trofeos una vez el resultado se convierte en una verdadera obra de arte, una pieza exquisita de la depravación y las pesadillas sacadas de una mente retorcida y psicópata, llevado a un extremo inconcebible.

El Lobo, sin embargo, a veces tiene hambre, en ocasiones necesita utilizar la violencia que sólo ella es capaz de amansar y lo hace de forma tosca y brutal, sin buscar una perfección placentera. Se conforma con disfrutar, tan solo, del dolor que provoca.

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