• Kapitel 19 •

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Las sombras se disiparon y Walter salió con Sascha en brazos de entre los árboles. Delante, se alzaba la alta verja que rodeaba la ostentosa mansión de la familia Wolff.

–¿Esa es tu casa? –preguntó Sascha curiosa. Walter asintió.

–Así es, –respondió– Vas a conocer a mi madre Edeltraud y a mi hermano Cedrik.

–¿Y después mamá vendrá?

–Ella llegará pronto...

Sascha no dijo nada pero esperaba que así fuera. Walter caminó con ella en brazos hasta la entrada. El guarda que se encontraba ahí se sorprendió demasiado de verlo, más que nada por las manchas de sangre y los agujeros en su uniforme.

–¡Amo Walter! –exclamó sorprendido, para después abrirle la puerta rápidamente. Walter no le dirigió ni una palabra y avanzó por el camino empedrado que llevaba hasta la casa.

Sascha miraba todo extasiada. El sol se asomaba por momentos en lo alto del cielo nublado, el aire era limpio, no había fuego, ni humo... mucho menos esos horribles sonidos de armas o cañones detonando en la distancia, a los que estaba tan acostumbrada. Todo era tan bello y tranquilo. A mamá seguramente le agradaría vivir ahí.

Pero la calma se interrumpió cuando ambos entraron a la casa. Los criados llegaron corriendo para recibirlos, pues ya habían sido avisados por el guardia de la puerta que él hijo mayor había regresado.

Una anciana, vestida tan elegante como perfumada, salió rápidamente apoyada en su bastón. Pero se detuvo en seco por la imagen que sus ojos presenciaron. Sascha se asustó al verla y más cuando comenzó a gritar.

–¡Walter santo cielo! ¡¿Qué te pasó?! ¡¿Y quién es esta chiquilla?! ¡Parece una pordiosera!

–No grites madre, la estás asustando.

–¡¿Quién es?! ¡Dios mío, está muy sucia y huele mal! ¡¿Por qué la trajiste a mi casa?!

Sascha comenzó a llorar aferrándose al cuello de Walter. Él la abrazó y le frotó la espalda suavemente.

–No llores, princesa, todo está bien... –le dijo, luego se dirigió a los sirvientes– Preparen algo de comer y el baño también. Y consigan algo de ropa limpia para la niña.

–Sí, amo Walter –contestaron antes de retirarse a hacer lo ordenado. La señora Wolff creyó que se desmayaría al escuchar que su hijo le había hablado en ruso a la chiquilla.

–¿Es rusa...? –dijo asqueada– ¡¿A eso fuiste a Stalingrado, Walter?! ¡¿Quién es esa niña?! ¡No me digas que es tuya!

–Deja de gritar, madre... No, no es mía, pero desde ahora la voy a cuidar yo.

–¡¿Qué?! ¡¿Por qué?!

–¡Porque la dejé huérfana! Y no soy capaz de vivir con eso.

–¿Y eso qué? ¡Tantos huérfanos que hay a causa de la guerra! ¿Vas a cuidarlos a todos acaso?

–Ya tomé una decisión.

Edeltraud resopló apretando el bastón en su mano.

–¡¿Y pretendes que viva bajo mi techo?! ¡¿Crees que voy a permitir semejante cosa?!

Walter la miró enfurecido y sus ojos rojos brillaron haciéndola guardar silencio.

–Hablaremos de esto después, madre... –dijo cortante– Ahora quisiera descansar, tuve un día de mierda.

La anciana vio a su hijo alejarse con la niña en brazos. Algo había mal con él, era diferente. ¿Y por qué llegaba con ese aspecto tan descuidado? ¿Qué significaban aquellos ojos? Parecía un cadáver que habían enterrado y vuelto a desenterrar.

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