El Jardín de Almas

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Cuando desperté, al instante me llevé una mano a la frente para hacer una sombra y entorné los ojos. Sentí el sol calentando mi pecho y el césped húmedo enfriando mi espalda. Poco a poco me levanté del suelo y miré a mi alrededor. Mis ojos comenzaron a acostumbrarse a la luz del día y pude ver con mayor claridad dónde me encontraba.

Estaba en una especie de bosque, pero no parecía un bosque, tal vez era un campo, pero no parecía como un campo. En realidad, no se parecía a nada que hubiese visto antes.

Parecía otra dimensión, repleta de plantas extrañas e inmensa variedad. Algunas eran bellas y las miraba con asombro, otras eran un poco feas y no les prestaba mucha atención. Algunas estaban en grupo, otras estaban totalmente fuera de lugar. No había nada que pudiese darme una pista de si existía vida inteligente en ese lugar.

Había árboles, rosas, flores, maleza, arbustos, enredaderas, Hortalizas, frutales, con muchas hojas, con pocas hojas, grandes, pequeñas, azules, moradas, amarillas... pero ninguna que hubiese visto antes.

Caminé sin rumbo hasta que, para mi sorpresa, encontré un pequeño sendero totalmente recto. Y al final del camino logré vislumbrar entre los árboles algo que reflejaba ligeramente la luz del sol. Claramente era algún tipo de estructura, así que me acerqué para ver de qué se trataba.

Cuando llegué, me encontré dentro de un inmenso llano, casi perfectamente horizontal. Repleto de plantas ordenadas por color y tamaño. Todas eran extremadamente bellas, y al inclinarme a verlas con más detalle, me di cuenta de que todas tenían un par. No había excepciones.

En el centro del jardín, se encontraba un invernadero, pero quizás decirle centro comercial botánico sería más apropiado. Probablemente era mucho más grande de lo que podía percibir. Ver el tamaño de ese lugar me hizo sentir pequeña, pero por alguna razón no estaba intimidada.

Toda la estructura estaba cubierta de un material similar al plástico, solo que este era más suave, y no presentaba signos de haber sido afectada por el tiempo.

Con curiosidad me acerqué hasta llegar a una de las puertas del invernadero, y al entrar sentí al instante que mis pulmones se llenaban de el aire más fresco y puro que había respirado en mi vida. Era como el paraíso.

Me vi rodeada de plantas incluso más hermosas que las que había visto afuera. Estas eran mucho más similares a las que ya conocía, como las orquídeas. Por primera vez me sentí tentada a oler una de las flores, y que bueno que lo hice, todas tenían una fragancia increíble.

Llegué a una habitación un poco escondida en lo que parecía ser el centro del invernadero, y dentro de la habitación había una pequeña flor. No soy una experta en botánica y vivo en la ciudad, pero estaba totalmente segura de que estaba marchitándose. Había pilas de bolsas con abono en la habitación. Se podía notar que quien sea que cuidara el lugar trataba de hacer que esa planta pudiese seguir viviendo. Cerca de la flor había una placa muy grande de oro que tenía grabado el nombre "Connor".

En mi recorrido encontré tazones llenos de frutas que se veían comestibles, y que para mi suerte sí lo eran, ya que me moría de hambre. No solo eran comestibles, también eran absolutamente deliciosas, podría comer miles y jamás cansarme. A este punto no me sorprendió que no reconociera ninguno de los sabores, y empecé a dar por hecho que no conocía nada en ese lugar.

En mi recorrido giré en uno de los pasillos del invernadero, y encontré a alguien. Lo primero que pensé al verlo es que su cabello me recordaba al helado de vainilla, por su color amarillo pastel. Tenía unos jeans, una camisa y un delantal. Fue difícil distinguir esto último porque estaba de espaldas, y aparte toda su ropa era de blanco puro. Me sorprendió lo limpia que estaba, ya que si era el jardinero, debería estar manchada de tierra o algo así.

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