9. La caída

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El rey Robert y Artys debían reunirse, tal como el monarca le había dicho el día anterior. 

El lugar acordado para el encuentro eran las criptas de Invernalia. Al entrar, el halcón, no tuvo que pensar mucho donde estaría el Baratheon, este se encontraba ante la estatua de Lyanna Stark. 

Mantenía la mirada fija en aquel rostro que se le hacía difícil recordar, aquella norteña había robado su corazón años atrás, y a pesar de haber muerto, seguía viva en los pensamientos del rey.

—Majestad. —saludó Artys, quedándose unos pasos atrás del él, que seguía mirando la estatua de piedra.

Tras un largo silencio el ciervo se decidió a hablar.

—Era más hermosa, mucho más de lo que este montón de piedras reflejan.

<< ¿Por qué me cuenta esto? >> pensó Artys.

—No creo que ningún cuadro o escultura logre imitar la belleza humana. —Robert asintió con una media sonrisa ante aquel comentario. — ¿Puedo preguntaros algo? —seatrevió a decir.

—Sois un Arryn, si os dijera que no, lo harías de todos modos. Son muchos años compartidos con vuestro padre, por no decir que os recuerdo de niño, ni El Viejo León se libraba de vos. —rio al recordar al pequeño Arryn con Tywin Lannister. Artys sonrió al recordar a aquel león que no le "rugía" como al resto.

—He de admitir que la pregunta era por cortesía. —dirigió su mirada a la estatua de Lyanna Stark. — ¿Merece la pena? ¿Merece la pena arriesgar todo por una mujer?

—No, no lo merece por una mujer, lo merece por la mujer, aquella a la que se ama. Por desgracia... no siempre acaba bien. Enfrenté todo y más por ella, obteniendo como resultado una puta corona y una estatua como único recuerdo. Y aun así, lo volvería a hacer, a pesar de no poder ni recordar su rostro, lo volvería a hacer. —Artys tragó saliva ante aquella confesión, la actitud del hombre que tenía enfrente distaba mucho de ser la decidida y alegre a la que estaba acostumbrado.

—Es difícil amar a alguien y no poder ni recordar cómo era.

— ¿Lo decís por vuestro padre? —Artys asintió. —Si algún día queréis saber cómo era él, solo tenéis que miraros en un espejo. Sin embargo, yo...

—Disculpad, no quería traeros malos recuerdos.

—No os preocupéis. —su mirada se volvió a perder en la estatua.

Robert nunca había sido tan sincero con alguien que no fueran Ned o el difunto Jon, pero, allí estaba, hablando como si nada con un joven que se había atrevido a preguntar algo por lo que normalmente habría puesto el grito en el cielo. Lo raro era que confesar, aunque fuera vagamente, su frustración, por no poder recordarla, le había hecho sentir mejor. 

Miró de reojo al joven halcón, quien ahora se encontraba a su lado y también miraba a Lyanna, por un momento le pareció estar viendo a la antigua Mano del Rey.

—Lamento que muriera. —dijo sinceramente el joven.

—Y yo. — <<No murió, fue asesinada. >> pensó Robert.

Otro silencio se instauró entre ambos.

—Cuando era niño, mi padre me dijo una vez que nuestros muertos se volvían estrellas, y que desde los cielos iluminaban a sus seres queridos, guiándolos y protegiéndolos. Sé que no es posible...

—Es un estúpido pensamiento, pero un estúpido pensamiento reconfortante. Jon también me contó esa historia cuando mi madre y mi padre fallecieron, yo no era un niño, de hecho tenía tu edad en aquel entonces. No me tragaba sus historias, solo un crío creería tales cuentos, y aun así aquella noche me acerqué a la ventana y mire al cielo, pensando por un momento que era real, e inexplicablemente me sentí mejor. Tu padre decía grandes estupideces que daban resultado, y alguna que otra vez decía cosas coherentes.

El Halcón Dorado |GoT|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora