Untitled Part 1

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El barrio era alegre y melancólico, su gente tenía la esperanza pintada en la cara; la resignación pasiva constituía su diario alimento y aliciente. Solían contentarse y alegrarse con cualquier cosa, porque el alma humilde ve y aprecia la grandeza de las cosas sencillas; lo suntuoso no era esencia de sus fisionomías, porque ellos se ganaban el sustento a fuerza de trabajo honesto y agotador.

Las calles eran considerablemente pedregosas, que no había chofer que las transitara sin romper, en primera instancia, el tren delantero de su automóvil. Las piedras castigaban sin piedad los pies de los niños cuando jugaban béisbol, fútbol o cualquier otro juego que les distrajera la atención de la miseria que los azotaba; miseria heredada o impuesta, aunque haya gente que afirman las dos cosas; los locos del mundo se inclinan más a la segunda, a pesar de que nadie les cree. Así mismo las paredes de las casas estaban construidas con láminas de zinc usadas, como paredes improvisadas en construcciones del egoísmo, los pisos eran de tierra y muchas de ellas eran de una sola habitación. Algo inusual y llamativo era que algunos ranchos tenían instalados aires acondicionados y antenas satelitales; además muchos de sus residentes consumían alcohol frenéticamente todos los fines de semana. Como es de suponer, la gente vestía en harapos, aunque no todos.

Los servicios básicos eran completamente caóticos; las aguas servidas adornaban como río sus calles y la basura era esparcida como polvo por todos los rincones del barrio, esas gentes eran los olvidados y excluidos de la sociedad.

Los jóvenes eran maltratados por sus padres y el sistema que los hostigaba con sus falsas ilusiones. Estos engaños se los hacía la caja diabólica. Esos golpes y maltratos los obligó a matar, secuestrar, robar y traficar con drogas para sentirse tomados en cuenta. Cuando algo no les salía bien, lo arreglaban a la fuerza, a los golpes, a los balazos. Por supuesto que esto generó conflictos, rencillas, divisiones y violencia entre los muchachos, quienes a la menor oportunidad activaban los gatillos de sus armas para imponer sus voluntades como diera a lugar. Dicha violencia fue en escalada, hasta llegar al punto de que los integrantes de las bandas adoptaron como estrategia de ataque, la emboscada. Esto lo realizaban para no colocar sus vidas en peligros, ya que ellos temían, con terror espantoso y desalmado, al combate cuerpo a cuerpo. Lo que ellos nunca tomaron en cuenta fue la seguridad y las vidas de las personas pacíficas que allí habitaban; ellos vivían un perenne toque de queda. Así transcurría la vida en el barrio, tranquila, monótona y sin sentido, porque su gente se acostumbró a ver como normal lo que no lo es.

Era el mes de diciembre época de paz y de amor, pero las bandas no lo veían de ese modo, ya que muchos tomaban el tiempo navideño para dejar de lado las fechorías. Sin embargo, ese año iba a ser a excepción; los ánimos estaban caldeados y nadie tomaba y entraba en razón para establecer el sentido común.

En la mañana de la víspera de navidad, Carlos salió al centro para comprar los regalos y ropas de los muchachos; también compró comida y bebidas. Al regresar preparó todo para celebrar la santa fecha. Esa noche santa era, para él agradecer a Dios por todo lo bueno que le había dado. Carlos y su familia estaban sentados en los alrededores del rancho tomando y comiendo; ya los muchachos tenían sus regalos, cuando de repente se comenzaron a escuchar ruidos de disparos. Carlos a todo pulmón gritó a los suyos:

¡plomo, vamos todos adentro de la casa!

Como pudieron se levantaron y asustadamente corrieron hacia el rancho; apresuradamente cerraron la puerta y se lanzaron al piso para protegerse de algún disparo. El enfrentamiento fue fuerte y largo, duró alrededor de hora y media y los niños lloraban asustados sin descansar; durante ese tiempo disparos, groserías e insultos a cada instante se escuchaban. Carlos tomó a su hijo de dos añitos y con su cuerpo lo cubrió para protegerlos de las balas. Todos estaban asustados, como si estuvieran viendo en persona al mismísimo Belcebú. Por fin los gatillos cesaron y el silencio abrazó todo. Carlos se levantó y dijo:

¡parece que estamos bien! ¡Esos chamos son unos locos, ni siquiera en un día de navidad nos dejan en paz!

Al terminar de decir eso, un silencia sepulcral y de ultratumba invadió y poseyó al rancho y al barrio. Luego Carlos fijó su mirada de forma terca en el techo y con voz resignada y pesimista dijo a su familia:

¡el año que viene deben pedir al niño Jesús una casa de platabanda, porque a este techo se le hacen huecos fácilmente!

Y dicho esto cayó muerto en medio de su familia, en aquella casa de lata que lo soportaba todo, inclusive una bala perdida.

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⏰ Last updated: Apr 26, 2021 ⏰

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La Bala PerdidaWhere stories live. Discover now