-Lady Susan Frost- anunciaron antes de que comenzara a descender cuidadosamente las escaleras del salón de baile, ayer había cumplido dieciocho años y estábamos celebrando mi presentación en sociedad.
Mi vestido era como todos los de las jovencitas casaderas en su primera temporada en Londres, blanco y recatado a pesar de que veía los vestidos de damas ya casadas y deseaba usar uno de aquellos no por el hecho de que exhibieran más de su cuerpo sino por la variedad de colores. El vestido que llevaba era blanco con algunos bordados en oro que combinaran con mi cabello de un dorado tal que casi parecía blanco al sol pero en la noche a la luz de las velas y las antorchas del salón de un dorado trigo. Muchos dirían que parezco un ángel con el vestido blanco, mis rizos rubios y ojos azules como un lago congelado en invierno pero nadie que me conozca de verdad apoyaría esa idea, lástima que nadie lo hace.
-Susan tenemos que presentarte a algunas personas- urgió mi hermano mayor apenas llegué a su lado.
-¿Es necesario?- pregunté, pero él obviamente no notó lo rezongón de mi tono.
-Claro que si, no por nada todos los duques solteros están en esta fiesta- respondió mi madre por él, claro a Lady Katherine Frost décimo tercera condesa de blá, blá, blá sólo le interesa que su única hija se case “bien” y los únicos que ella consideraría buenos serían duques y si fuera un príncipe mejor.
-Madre- dije maliciosamente sin que lo notara- no me casaré con nadie mayor de veinticinco años.
-¿Qué? Pero…- balbuceó, wow logré dejarla sin palabras- el menor de los duques tiene treinta y dos aunque…- no, ya le di una idea- Gabriel encárgate de presentar a tu hermana- y se alejó probablemente a buscar información sobre “Buenos partidos”
Apenas ella se alejó se acercaron a mí varios hombres entre ellos aquel que…
-¡AAAWWW!- grité sentándome en la cama, otra vez esa horrible pesadilla, habían pasado casi tres años desde esa horrible noche y aún no lograba olvidar a ese asqueroso duque que puso sus manos sobre mí.
Me levanté y me senté en la diminuta ventana de mi habitación, sabía que probablemente mi madre o Gabriel miraban esa misma luna y se preguntaban porque huí tan de improviso pero… no podía seguir allí después de aquello menos sabiendo que para mi madre él sería alguien “adecuado” para casarse conmigo.
Noté que estaba por amanecer así que me vestí y me arreglé para un nuevo día de trabajo. Hacía dos años que trabajaba como doncella de la hija menor de un vizconde, que irónico, la hija de un conde quien se suponía que mínimo se casaría con un duque trabajaba para una simple señorita.
La noche anterior Emily Valentine (la hija del vizconde) había llegado muy tarde de un baile pero aún así todos los días sin falta se levantaba muy temprano. Entré a su habitación llevando en mis manos la bandeja con te y galletas por la que había pasado a la cocina ya que si Emily no bebía te al despertar luego le dolía la cabeza y ella simplemente odiaba el te sin galletas.